Fue curiosa la actitud de Cristo en el Evangelio de hoy. Al principio no parecía tener interés alguno en atender a la pobre mujer cananea que le suplicaba a gritos; parecía conformarse con las barreras culturales que separaban a los judíos y los cananeos, cosa rara en su forma de actuar. La mujer tuvo que implorar misericordia repetidamente antes de que el Seño decidiera favorecerla. ¿Por qué actuó así el Señor?
Jesús siempre escucha el clamor de nuestro corazón, y no deja que suframos más allá de lo que podemos soportar. La demora en la respuesta de Cristo era un desafío para que la fe de la mujer se fortaleciera con la perseverancia. Este incidente encierra una profunda lección para nosotros: No importa quiénes seamos ni qué lugar ocupemos en la sociedad, nuestra fe en Cristo puede derribar cualquier barrera hasta llegar al corazón de nuestro Salvador.
La fe de la cananea no era sólo una aceptación intelectual de unos conceptos inciertos acerca de Dios. Aunque no entendía cabalmente quién era Jesús, confió en él con todo su corazón. Sabía que tenía una gran necesidad y se daba cuenta de que Cristo era su única esperanza; por eso no se avergonzó de pedirle auxilio, hasta que él respondiera. Ella, como San Pablo, no dudó en proclamar públicamente su fe en Jesús ni en reconocer su necesidad (véase Romanos 1, 16; 2 Timoteo 1, 12). Esto fue lo que le agradó al Señor. Conmovido por la fe de ella, le dio su aprobación: “¡Oh, mujer, qué grande es tu fe!”
Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos suyos, quienesquiera seamos. Vino a auxiliarnos en nuestra debilidad y espera que pongamos en él toda nuestra confianza y esperanza. ¿Cuáles son las barreras de miedo, duda o desaliento que te hacen difícil a ti pedirle ayuda al Señor? Imita a la cananea y ruégale al Señor que te atienda ahora mismo y pídele con insistencia. Invítalo a entrar en tu vida para que te comunique salud, para llevar el Evangelio a tu familia y cambiar el mundo entero. Jesús es fiel y él responderá a su pueblo conforme a la fe de cada uno.
“Señor, me presento ante ti débil e indefenso, pero sé que mi debilidad te permite actuar en mi vida. Ayúdame, te ruego, a imitar a la cananea y demostrar la grandeza de tus obras en mi vida y en el mundo.”Jeremías 31, 1-7
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
FUENTE Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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