viernes, 5 de agosto de 2016

Meditación: Mateo 16, 24-28


Después de predecir su pasión, Jesús planteó el costo del discipulado: “Si alguno quiere venir detrás de mí, ha de renunciar a su propio yo, tomar su cruz y seguirme.” Lo hizo para establecer una relación directa entre su cruz y el llamamiento a sus discípulos, y también para unir su destino al de los discípulos.

Los padecimientos pueden ayudarnos a identificarnos con Jesús para que él nos dé a conocer su amor. ¿Está usted pasando por dificultades y sufrimientos? ¿Se libra en su interior una batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal? Jesús quiere estrecharlo cariñosamente en sus brazos en medio de esas tribulaciones y lo invita a morir a sí mismo, a dejar atrás el afán de comodidad o satisfacción personal, el temor, la vanidad o el mal genio que lo tienen prisionero, para asumir la cruz y recibir el amor, la paz y el gozo que el Espíritu quiere derramar con abundancia en su corazón.

Esta muerte al ego es esencialmente algo positivo y constructivo: Es negarse uno mismo, para decirle sí a Dios y aceptar su invitación a amarlo a él y al prójimo; es vaciarse de los deseos egoístas con el fin de tener libertad para darse a los demás, para que muchas otras personas reciban el Evangelio del amor de Dios por intermedio nuestro. Lo que hablemos, las plegarias que elevemos y hasta el testimonio de vida que demos pueden influir poderosamente en otras personas y moverlas a acercarse al Señor.

Finalmente, la invitación de Cristo a tomar su cruz es un llamado a seguir sus pasos e imitarlo a él, que nos amó tanto que entregó su vida por la salvación de todo el género humano. Así, pues, si morimos a nosotros mismos y seguimos a Jesús con toda humildad y confianza en el amor del Padre, llegaremos a ser partícipes de la pasión de Cristo; si tenemos parte en su pasión, también la tendremos en su resurrección. Como lo promete la Sagrada Escritura: “Si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino” (2 Timoteo 2, 12). El sufrimiento y la muerte al yo, llevados a cabo junto con Jesús, conducen al gozo de la resurrección.
“Señor, Espíritu Santo, líbranos del egocentrismo y enséñanos a amar como Jesús, para que cuando nos encontremos en los valles oscuros del dolor y el sufrimiento, no olvidemos el gozo de Cristo resucitado.”

Nahúm 2, 1. 3; 3, 1-3. 6-7
(Salmo) Deuteronomio 32, 35-36. 39. 41

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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