martes, 16 de agosto de 2016

Meditación: Mateo 19, 23-30


De veras les digo que a duras penas entrará un rico en el Reino de los cielos. (Mateo 19, 23)
El joven rico no pudo aceptar la invitación de Jesús porque su fortuna era grande. Jesús terminó diciendo a sus discípulos que mientras más grande sea la riqueza material, más difícil será entrar en el Reino de Dios, porque éste es un don de Dios que no puede comprarse por ninguna cantidad de dinero.
Ciertamente las riquezas impiden ver el Reino de Dios, especialmente las adquiridas en forma poco ética. Además, cuando alguien adquiere riquezas, éstas pueden aislarlo del prójimo y hacerlo caer en la explotación y la opresión. El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace ver el peligro que representa el ansia exagerada de dinero:
“Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El desordenado afán de acumular dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social.
“Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción’ es contrario a la dignidad del hombre. Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mateo 6, 24; Lucas 16, 13).” (CIC, 2424)
Cuando Jesús enseñó acerca de las riquezas, prometió a sus discípulos, que lo escuchaban con una mezcla de desaliento y sorpresa, que cuantos dejan familia y bienes materiales para seguirlo a él recibirán cien veces más en este mundo y heredarán la vida eterna. Al final, el Hijo del Hombre se sentará en el trono de gloria y todo quedará completo en él.
Los acontecimientos que hoy nos parecen desconcertantes, tendrán perfecto sentido en ese futuro, y esta esperanza nuestra es firme porque el Señor, por su muerte y su resurrección, nos ha dado el poder necesario para vivir como él nos enseña. 
“Señor Jesús, concédeme la gracia de buscar primero el Reino de Dios y ver que las riquezas que realmente cuentan son las del amor, la fe y la compasión.”
Ezequiel 28, 1-10
(Salmo) Deuteronomio 32, 26-28. 30. 35-36

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