El matrimonio es una alianza permanente entre un hombre y una mujer que se prometen, ante Dios, la Iglesia y sus familiares y amigos amarse, respetarse y ser fieles para toda la vida. Por eso, ¡qué triste es ver que cerca de la mitad de los matrimonios termina en divorcio!
Uno de los problemas es que muchas veces los novios se casan por razones erróneas. Las novias buscan amor, comprensión, protección y seguridad; los novios buscan intimidad, compañía y atención de sus necesidades personales. Es decir, ambos están enfocados más en obtener que en dar. Pero el verdadero amor es sacrificado, generoso e interesado más en la felicidad del otro que en la propia.
Lamentablemente, el amor auténtico, que es parte de vida espiritual y la dimensión más importante en la vida conyugal, brilla por su ausencia en demasiados matrimonios. Los sucesos del diario vivir demuestran claramente que cuando uno o ambos esposos no tienen una relación personal y fundamental con Cristo, todas las demás relaciones quedan supeditadas a las fuerzas destructivas de la imperfección humana y de la sociedad en general.
Pero nuestro Padre ama tanto a sus hijos que no deja jamás de ofrecerles su gracia y ayudar a los esposos a cumplir sus votos conyugales, no por obligación, sino libremente y por amor. Pero ¿cómo puede uno beneficiarse de esta gracia si conscientemente vive sin tomar en cuenta a Dios? El Sacramento del Matrimonio crea un poderoso vínculo espiritual que une y fortalece la vida de los esposos. Cada día las parejas casadas tienen a su alcance la gracia divina para superar las diferencias, amarse y perdonarse sincera y profundamente y resolver las dificultades antes de que se conviertan en barreras infranqueables.
Actualmente hay muchos católicos que se han divorciado y vuelto a casar civilmente con otras personas y así se han privado de la gracia sacramental del matrimonio religioso. ¿Qué pueden hacer? Consultar con un sacerdote para ver si pueden iniciar el proceso de nulidad del matrimonio eclesiástico y regularizar su situación sacramental y, de paso, recibir la gracia de la Confesión y la Santa Comunión.
“Amado Señor Jesucristo, ayúdanos a mí y a mi esposa (o marido) a descubrir de nuevo el amor verdadero y una nueva ilusión en la vida matrimonial, mientras caminamos juntos hacia el cielo.”Ezequiel 16, 1-15. 60. 63
(Salmo) Isaías 12, 2-3.4-6
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