viernes, 19 de agosto de 2016

Meditación: Mateo 22, 34-40


Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia (Mateo 22, 37).

Es posible que a veces el gran mandamiento de Jesús cause cierto temor, porque tal vez pensamos que para amar a Dios con todo lo que somos —corazón, alma e inteligencia— tenemos que estar constantemente realizando actos heroicos de virtud y perfección. Si pensamos así, pronto nos daremos cuenta de que rara vez somos capaces de hacer cosas grandes y extraordinarias. Pero el amor divino se fija más en las razones por las cuales hacemos lo que hacemos.

Lo interesante es que para amar a una persona hay que conocerla primero y mientras uno no la conozca no podrá amarla de verdad. Algo parecido sucede con Dios. Sabemos que tenemos que amarlo; ese es nuestro deber, porque el Señor es nuestro Creador y nuestro Salvador, pero mientras no hagamos algo para conocerlo y establecer una relación personal con él, va a ser muy difícil llegar a sentir cariño, afecto y verdadero amor a nuestro Padre. Y mientras más uno conoce a una persona, mejor puede entender lo que le dice e interpretar lo que hace; lo mismo sucede con Dios.

Piensa en la forma en que tú te relacionas con tus seres queridos y amigos. Les demuestras aprecio o cariño, les pides sus opiniones, seguramente buscas su apoyo y comprensión e incluso les pides disculpas si los llegas a ofender. Esta es también la manera en que podemos tener comunión con el Padre. Como sucede con cualquier amistad que dure muchos años, mientras más tiempo le dediquemos a Dios, más tiempo desearemos estar en su presencia.

¿Te consideras feliz? Dale gracias a Dios por todas las bendiciones con que te ha favorecido. ¿Tienes dificultades en la vida? Pídele que te fortalezca y te muestre cómo puedes resolver cada situación difícil. ¿Sientes que te han ofendido? Pídele a Cristo que te enseñe a perdonar a quienes te hayan herido y reconcíliate con ellos. ¿Tienes alguna necesidad física o espiritual? Invoca al Médico Divino para que te restaure la salud. ¿Has cometido algún pecado? ¡Corre a los brazos de tu Padre misericordioso y recibe su perdón, su amor purificador y una vida nueva!
“Padre celestial, enséñame a recibir tu amor incondicional e infinito. Ayúdame a venir a tu lado cada día como hijo tuyo. Quiero dedicarte a ti cada momento de mi vida.”
Ezequiel 37, 1-14
Salmo 107(106), 2-9
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario