«La Iglesia no tiene necesidad de burócratas y de diligentes funcionarios, sino de misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la consoladora palabra de Jesús y su gracia. Este es el fuego del Espíritu Santo. Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se hace una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está constituida por cristianos fríos y tibios. Nos hará bien, hoy, tomar cinco minutos y preguntarnos: ¿Cómo es mi corazón? ¿Es frío? ¿Es tibio? ¿Es capaz de recibir este fuego?»
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