Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
Señor, dejo resonar en mis oídos este Evangelio de hoy. Dejo que me llegue al corazón. Lo leo entero pero hay una pregunta que se me queda metida en las tripas: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Me da miedo contestarla. Porque la teoría me la sé de memoria. Podría recitar el credo. Podría decir que sé que tú eres el Hijo de Dios, que eres Jesús el que vino a salvarnos, el que con sus palabras y sus actos nos demostró el amor con que Dios nos ama. Podría rellenar unas cuantas páginas diciendo todo aquello en lo que creo. Tu nombre, Jesús, aparecería una y otra vez. He escuchado muchas homilías en mi vida. He leído algunos libros sobre ti. He tenido los Evangelios en mis manos. Sé muchas cosas de ti.
Pero me da vergüenza contestar a esa pregunta porque sé que todo eso que sé no lo he hecho vida. Que lo sé pero que no lo vivo. Que mi boca dice unas cosas pero que a veces mi vida dice otras.
Y no es que no me esfuerce. De verdad, que muchas mañanas me propongo ser mejor, perdonar, olvidar las ofensas, reconciliarme con aquellos con los que tengo pendencias, compartir con más generosidad las cosas que tengo... Pero luego viene el peso del día y las horas y me sale el egoísmo y la comodidad y tantas cosas que me hacen olvidar esos buenos propósitos. Y, ¿qué queda al final del día de los buenos propósitos de la mañana?
Por todo ello, Señor, me da miedo responderme y responderte a la pregunta que me haces. Ni siquiera tengo el mismo arrojo, o pura inconsciencia, de Pedro que responde a bote pronto: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Quizá porque sé que esa confesión debe estar acompañada no sólo de buenas intenciones sino también de obras. Ya sé aquello del refrán: “obras son amores que no buenas razones.”
Quiero responderte, Señor. Lo quiero hacer con mi vida. Pero te ruego que comprendas también mi debilidad. Y que emplees conmigo, con todos nosotros, un mucho de tu gran misericordia. Te pido que me mires como mirabas a aquellos que se te acercaban, cuando andabas por los caminos de Galilea, enfermos y heridos por la vida porque veían en ti su esperanza, su única esperanza para sanar. Hoy te miro yo también así, Señor. No hagas caso de mis grandes palabras, de mi fachada, a veces tan llena de meras apariencias. Y mírame como soy, por mucho que me cueste reconocerlo: pobre y necesitado de tu ayuda, de tu mano, de tu gracia, de tu misericordia.
Quiero responderte, Señor, pero me hace falta tu gracia. Cuento con ella. Cuento contigo.
comentario publicado por Ciudad Redonda
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