sábado, 6 de agosto de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 06082016

Evangelio según San Lucas 9,28b-36. 
Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. 

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf

      La vida se va haciendo en el camino. Y a lo largo del camino hay momentos muy diferentes. Hace años tuve la oportunidad de hacer el Camino de Santiago, esa peregrinación que recorre toda Europa hasta llegar a Santiago de Compostela en el extremo oeste de España. Hice el camino solo. Mejor habría que decir que lo empecé solo porque a lo largo del camino me fui encontrando con gente muy diversa. De todo pelaje y condición. 

      El camino fue una oportunidad, como la vida, de irnos conociendo unos a otros. Los que empezamos como unos perfectos desconocidos nos fuimos conociendo poco a poco. Una era la forma de conocernos a lo largo del camino, caminando, en el esfuerzo de las cuestas y en el relajo de los descensos, bajo el sol ardiente o bajo la luz del amanecer. Pero había otros momentos en que se compartía con mucha facilidad. Era el momento de las paradas. Al finalizar el día, al encontrarnos en el refugio, duchados, limpios y un poco descansados de los sudores del día. Era fácil que en aquellos surgiese la conversación donde los peregrinos hablábamos de nosotros mismos, de nuestras vidas. Aparecía allí sin dificultad lo que llevábamos en el corazón al hacer el Camino. 

      Me imagino este momento de la transfiguración como un alto en el camino de Jesús y del grupo de sus seguidores. Algo les había atraído en aquel hombre que les había llevado a dejarlo todo para seguirle. Por el camino se habían ido conociendo entre ellos. Habían visto a Jesús actuar, acercarse a los pobres y enfermos, hablar a todos del reino de Dios. Se habían ido conociendo entre ellos también. Habían ido haciendo poco a poco comunidad, grupo, familia de los que eran ajenos unos a otros. 

      En aquel camino tuvo que haber muchas paradas, muchas jornadas que tuvieron su momento del final del día, de descanso, de conversación tranquila. Allí se iban desgranando los sueños, las esperanzas y los deseos de cada uno. Allí también estaba Jesús hablando, compartiendo, dándose a conocer, hablando de su Padre y del Reino, no como el que enseña sino como el que comparte lo que es. Y los discípulos iban descubriendo a quien estaban realmente siguiendo. Poco a poco, como pasan casi todas las cosas en la vida. 

      Seguro que aquello de “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas” lo dijeron más de una vez. Porque muchas veces, en esos diálogos se tiene la sensación de que el tiempo se para y de que se está ya en el mismo cielo. 

      Pero la vida sigue. La Transfiguración pasó y hubo que volver al camino. La vida no se queda en palabras. Hay cuestas que subir, hay cruces que cargar, hay personas a las que amar y por las que dar la vida. El Reino está siempre más allá. Y en ese más allá es donde nos espera la plenitud. ¡Ánimo! El camino sigue y Jesús nos invita a seguir caminando con él.

fuente del comentario Ciudad Redonda

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