martes, 9 de agosto de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 09082016

Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14. 
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial." ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños."

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf

      En las muchas guerras que están en marcha actualmente en nuestro mundo, unas más abiertas y otras más larvadas, se suele hablar de bajas militares. Pero también se habla de “daños colaterales”. Es un eufemismo para hablar de los muertos y heridos que no son militares, que son los otros que están por ahí, en medio de campo de batalla, sólo porque da la casualidad de que viven allí o de que pasaban por el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso son los daños colaterales. Tienen una importancia relativamente pequeña. Lo importante, al fin y al cabo, es la victoria. No es algo nuevo. Siempre ha habido “daños colaterales” en todas las guerras. 

      Y, a veces también, en lo que no son guerras. A veces, los gobiernos toman decisiones en el campo de la economía, por ejemplo, que tienen muchos daños colaterales bajo la forma de personas que pierden su trabajo o que son expulsados de su casa porque no pueden pagar la hipoteca. 

      Pues bien, el Evangelio de hoy es una toma de postura clarísima de Jesús en contra de los “daños colaterales”, de cualquier daño colateral. Jesús deja claro que los pequeños importan y que aquí o nos salvamos todos o no se salva nadie. Las cien ovejas que tiene el pastor de la parábola son todas amadas y queridas por igual. Pero el pastor lo da todo, deja a las demás, para encontrar a la perdida, a la extraviada, a la que se ha quedado fuera de la protección del rebaño. 

      El pastor podía haber hecho un cálculo económico o matemático y haber pensado que, después de tantas vueltas por el monte a la búsqueda de pastos, tampoco era tanto haber perdido una de las ovejas. Se habría dicho que era una pérdida asumible, normal. ¿A quién no le pasa? Pero el pastor de la parábola no es de los que se dan por vencidos. Todas las ovejas son importantes para él. Todas. Todas merecen el esfuerzo del pastor por cuidarlas y mantenerlas en el rebaño. Y la extraviada merece que se la busque con todos los medios. Porque con una que falte el rebaño ya no está completo. 

      No es difícil ver en la figura del pastor al Padre de Jesús que mira por todos y cada uno de nosotros. Siempre preocupado porque ni uno de sus pequeños se pierda. Ni uno. Porque para él la familia de sus hijos e hijas nunca está completa mientras que falte uno sólo. El Padre de Jesús no habla con tranquilidad de “daños colaterales”, no asume pérdidas “inevitables” cuando se habla de sus hijos o hijas. “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para salvarnos”, como dice el Evangelio de Juan. 

      Nosotros deberíamos esforzarnos igualmente para que no se pierda ni uno sólo de esos pequeños. Para que nunca más haya “daños colaterales”.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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