La salvación que Cristo dona al mundo solo es alcanzada por aquellos que se lanzan en una relación personal con Él
La salvación nos fue dada por medio de Jesucristo, en Él fuimos salvados (cf. Rm 5,10). Pero no basta creer solamente, también necesitamos esforzarnos para vivir en conformidad con ese don, así nos exhorta la doctrina católica (cf. Santiago 2,17).
En el evangelio de Lucas 23,39-43, nos deparamos con Cristo suspendido en la cruz y al lado de Él se encontraban los dos ladrones. Los dos fueron condenados a muerte, por consecuencia de las maldades que realizaron y, a diferencia de Jesús, merecían lo que estaban sufriendo.
El primer ladrón, hace lo mismo que los demás que participan de esta escena trágica, se burla de Jesús: “Si eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros”. Está suplicando: si puedes, haz algo, sálvanos de este tormento – ese hombre pide la salvación, pero su pedido de ayuda se basa solamente en el sufrimiento carnal, su mirada no sobrepasa lo humano en relación a Jesús y por eso no experimenta la gracia de conocerlo. Jesús, hasta entonces, permanece en silencio.
Luego, el segundo ladrón, clama: “¡Jesús, acuérdate de mí, cuando hayas entrado en tu Reino!” A pesar de su condición pecadora, él ve que Jesús no sufre por sus propios errores, y nota que, ese hombre a su lado sabe de algo que lo ayuda a soportar todo aquello. Entonces, ese ladrón pide que se le dé a conocer esa realidad. Pide una relación personal con Aquel que está a su lado.
Y, entonces, Jesús rompe el silencio: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
El primer ladrón, lo desafía a Jesús para que se bajara de la cruz y después lo salvara. El segundo ladrón, al contrario dice: “Ve a tu Reino y llévame también hacia él”.
No es que Dios no quiera liberarnos de los dolores que cargamos, sin embargo, Jesús está más interesado en nuestra salvación eterna.
Abandonarse en Dios
La experiencia cristiana, de abandonarse en Dios en los momentos de dolor, es hacer la experiencia de pedir a Dios algo en el futuro, pero sentirse en paz en el presente. Confiar en Jesús hace que algo cambie en nuestro interior. Él no siempre nos salva de la cruz, para con seguridad nos dará el paraíso.
La salvación que Cristo dona al mundo, solo es alcanzada por aquellos que se lanzan a una relación personal con Él, entregando sus dolores, angustias, miedos y sufrimientos, pero no colocando, como condición para seguirlo, la resolución de esas realidades. Es mirar hacia Cristo y saber que, incluso si el dolor no se terminara aquí, llegará el día en que “Lo veremos cara a cara” (1 Cor 13,12), y allí no habrá más dolores ni lágrimas.
¡Maranathá, ven Señor Jesús!
Paulo Pereira
Misionero de la Comunidad Canción Nueva.
Trabaja en el sector de Periodismo de Canción Nueva en Roma, Italia.
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