Juan 6,1-15
¿Cómo alimentar y dar vida a este mundo nuestro, tan hambriento? ¿Cómo ser “pan de vida” que haga vivir a tantos que mueren de hambre? ¿Cómo ser para ellos amor que sacie? Existe una “receta casera” para fabricar pan de vida. La inventó Jesús y nos la recuerda hoy. Basta con realizar tres acciones sucesivas: tomar-agradecer-repartir. Expresan en condensada síntesis lo que Él mismo realizó en su vida. Desvelan la metodología eucarística para convertirse también en “pan de vida”.
Lo primero es dejarse tomar. Permitir que otros tomen posesión del propio yo. Entregar-se-lo. Es, justamente, lo contrario del individualismo egoísta. Éste, en contra de lo que puede parecer a primera vista, no prescinde de los demás, sino que, sencillamente, los utiliza en exclusivo beneficio. El individualista no permite que nadie entre de veras en la propia vida. Jesús, por el contrario, estimula a ser excéntricos, a salir del en-simismamiento, a huir de la cárcel del propio ego, a romper las cadenas de la oscura autoclausura. Machado lo reconoció con voz de poeta: «Poned atención: / un corazón solitario / no es corazón». Quien “es tomado” abandona los chatos intereses que le condenan a la autoclausura del miedo, del propio interés, del aislamiento, de la incomunicación, de la autorreserva ... Es una llamada a confiar en otros, dejándose mecer entre las manos del Otro.
Lo segundo es dar gracias, o lo que es igual, ser agradecidos. Se trata de un acto en sí mismo transformante. Expresa aquella actitud tan olvidada de dejarse querer; y, al hacerlo, reconocer que todo, absolutamente todo, es regalo inmerecido. La gratitud despierta una insospechable gratuidad. Desde el reconocimiento cabal de que todo es dado, se entiende la propia vida, toda ella, como un inmenso bien recibido. No es sana, ni justa, ni inteligente la pretensión de los exigentes que ven a los demás solamente como deudores. Es también muy triste la lógica de quienes, al no haberse reconciliado con la propia vida, no logran descubrir aún el derroche del amor; o de quienes, al repasar su historia pasada, se sienten despreciables, pobres, vacíos, heridos o, inclusive, como individuos a quienes la vida o los otros los han tratado injustamente.
Finalmente , lo tercero es dejarse partir para ser repartido. La perfecta alegría nace en el terreno fecundo de la gratitud, traspasando la mortificación de la entrega que exige. La actitud interior de gratitud debería llevar al trabajo de lectura de la propia vida. Solo cuando se experimenta cuánto se ha recibido, se dispara una inimaginable capacidad de dar sentido y de decidir lo mejor. Si la vida es un bien recibido, por su naturaleza tiende a convertirse en un bien dado y repartido. Una vez reconocido y agradecido el don la entrega brota espontánea, remecida, generosa. Nos convertimos en alimento apto para ser comido por otros de manera que les alimente y haga crecer. Nos convierte en pan para el hambriento.
Tu hermano en la fe,
Juan Carlos Martos
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