“Los ángeles de Dios suben y bajan encima del Hijo del hombre”
“Creo en un solo Dios…, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles.” La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición. San Agustín dice respecto a ellos: “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel. Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10), son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sl 103,20). En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello.
Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles… (Mt 25,31). Le pertenecen porque fueron creados por y para él: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades; todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Hb 1,14)
Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización.
§ 328-332
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