Muchos de los contemporáneos de Jesús rechazaban sus enseñanzas, porque a todo le encontraban objeciones.
De esta gente, Jesús dijo que era como niños difíciles de complacer, que nunca están contentos con nada. Cuando Juan vivía con sencillez y predicaba un mensaje de arrepentimiento, lo catalogaban de ser sumamente drástico; pero cuando vieron que Jesús comía con los pecadores y los trataba con misericordia, lo criticaron por considerarlo demasiado condescendiente.
Los contemporáneos de Cristo tenían sus propias ideas de cómo tenía que ser el Mesías, y Jesús no tenía cabida en esas expectativas. Encerrados en su propia manera de ver la realidad, muchos tuvieron la oportunidad de ver y escuchar las enseñanzas y ver las obras de Cristo, pero no aceptaron que Dios actuaba por su mano. Preferían sus propios razonamientos, lo mismo que los niños obstinados. Lo malo fue que, por eso, no recibieron la bendición de llegar a ser discípulos del Señor.
Pero ¿acaso no actuamos nosotros de la misma manera hoy en día? Posiblemente ya hayamos decidido cuánto de nosotros le vamos a dar a Dios. Por ejemplo, tal vez hayamos dejado que se arruinara una buena amistad por no haber querido dar nuestro brazo a torcer sobre algo de poca importancia. Quizá uno no le esté dando a su cónyuge la posibilidad de demostrar que ha cambiado por no aceptar sus disculpas, o a lo mejor ha juzgado al sacerdote con demasiada severidad por algo que dijo en el sermón de la Misa. ¡O quién sabe si uno se ha perdido la oportunidad de hacer una buena amistad porque escuchó un comentario negativo de otra persona!
Cuando nos distanciamos de los demás o los desestimamos por prejuicios y convicciones erróneas, no solamente los hacemos sufrir a ellos; nos perjudicamos a nosotros mismos. Jesús reconocía que sus detractores tenían el corazón duro, pero sabía que la sabiduría de Dios se demostraría en la vida de quienes lo aceptaban. Pidámosle al Espíritu Santo que nos ablande el corazón y nos libre de todos los prejuicios y conceptos erróneos que nos mantienen atados; hagamos oración al Señor para que cada día nos llene de su sabiduría.
“Abre mi entendimiento, amado Jesús, para que yo sepa que tú eres realmente el Señor y el Mesías. Quita de mi corazón todo obstáculo para que yo pueda experimentar tu presencia poderosa en mi vida.”
1 Corintios 12, 31—13, 13
Salmo 33(32), 2-5. 12. 22
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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