Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:"El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.
RESONAR DE LA PALABRA
Se dice en castellano de los que se meten a discutir cosas inútiles y muy enrevesadas que se meten en cuestiones “bizantinas”. Es que parece ser que a los bizantinos les gustaba discutir y dialogar horas interminables aunque fuese de cosas tan inútiles como el sexo de los ángeles. Leyendo la primera lectura de este día, parece que en la comunidad de los corintios, también había muchos bizantinos a los que les gustaba dedicarse a discutir sobre cuestiones “bizantinas”. Porque el tema de la resurrección da mucho de sí. Si vamos a resucitar, ¿qué resucita: nuestra alma o nuestro cuerpo? Y si resucita nuestro cuerpo, ¿qué cuerpo va a ser: el que tenemos ahora o uno nuevo? Pablo trata de dar una respuesta pero todo se queda en atisbos, intuiciones, ideas difíciles de explicar en la realidad que nos toca vivir. ¿Qué es eso del hombre celestial?
En el fondo, lo que nos quiere decir es que más allá de hablar de lo que no sabemos, y posiblemente no sabremos nunca, creemos en Jesús. Creemos que Dios le ha resucitado a una vida nueva y plena. Y creemos que Dios nos resucitará a nosotros también a una vida nueva y plena. Por eso, vivimos en la esperanza, porque creemos en un Dios de vida, que da y regala la vida a todos los vivientes. Y viviendo así es como somos ya esos hombres y mujeres nuevos, capaces de vivir la fraternidad y el amor con todos. Igual que Dios.
La fe es la semilla que se ha sembrado en nuestro corazón. Como en la parábola del Evangelio, la Palabra de vida y esperanza ha sido sembrada en nosotros. Ahora es tarea nuestra acogerla, vivirla, hacerla crecer, multiplicarla, para que llegue a los corazones de todos, para que la fraternidad del Reino no sea un sueño imposible, convertido muchas veces en una pesadilla horrible, sino una experiencia de vida. Para que nadie se sienta excluido de la mesa del banquete del Reino. Vivir es así es dejarse de cuestiones “bizantinas” y aterrizar en la vida de cada día. Porque lo que Jesús nos pide no es divagar por los cielos sino transformar las relaciones con nuestros vecinos, acoger a los excluidos, compartir el pan con el hambriento, hacer que la justicia llegue a todos... Estas son las cuestiones “reales” en las que nos tenemos que comprometer los seguidores de Jesús.
CR
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