La semilla es la Palabra de Dios. (Lucas 8, 11)
Cualquier agricultor dirá que para lograr una buena cosecha hay que tener semillas y un terreno bien preparado. Si el terreno y las condiciones atmosféricas no son adecuados, no se concretará el potencial que tiene la semilla de generar alimento, como lamentablemente se comprueba en las naciones cuyas poblaciones enteras han sufrido hambruna, no por falta de semilla, sino porque las condiciones del suelo y de la atmósfera eran adversas.
Jesús dijo a sus discípulos: “A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas” (Lucas 8, 10). Pero esto no se trata de favoritismo con sus seguidores, pues también dijo: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!” (8, 8). El Señor quiere que todos seamos terrenos fértiles y receptivos, que escuchen y hagan caso del mensaje y, permaneciendo firmes, den una buena cosecha (v. 8, 15).
De manera que, si queremos dar fruto para el Reino, tenemos que recibir y atesorar la Palabra de Dios; debemos proteger nuestra mente de las distracciones del mundo y de las falsedades y engaños del enemigo, aunque nos parezcan más reales que las promesas de Dios. No podemos dejar que las tormentas de la vida deterioren el terreno de nuestro corazón; más bien debemos preparar bien el terreno para acoger la semilla del Señor, aceptando sus promesas y creyendo en su palabra.
Dios no quiere que sus hijos piensen que el terreno de su corazón no es apto para que la semilla de su palabra brote y fructifique, o que es imposible eludir las distracciones de esta vida o las mentiras del maligno. Lo que nos pide es que tengamos paciencia con nosotros mismos, como él la tiene, porque él puede hacer que cualquier persona sea un terreno fértil y fructífero para la semilla de su palabra. El Señor es el maestro sembrador y él hará que su Evangelio dé fruto abundante en nuestra vida, de acuerdo con sus designios y a su debido tiempo. Todo lo que nos pide es que confiemos en él y tengamos paciencia. Si aceptamos su palabra de corazón, nuestra relación con el Padre será fructífera y otros se sentirán interesados en conocer el amor y la protección del Señor. Además, si se lo pedimos, el Espíritu Santo nos ayudará a quitar las piedras y malezas que todavía haya en el terreno de nuestro corazón.
“Padre eterno, concédeme tu fortaleza, te lo ruego, para confiar que tú cumplirás tus promesas en los que se acojan a ti de todo corazón.”
1 Corintios 15, 35-37. 42-49
Salmo 56(55), 10-14
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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