Se dice que a los hombres no les gusta preguntar cómo llegar a un lugar, pero a las mujeres tampoco les gusta.
A veces entramos en una tienda grande y buscamos sin cesar lo que queremos comprar, pero sin pedir ayuda. Antes de que existieran los sistemas de localización o GPS era común que uno se pasara horas tratando de entender un mapa antes de preguntar. Se requiere de un poco de humildad para admitir que necesitas ayuda, y reconocer que alguien sabe algo que tú ignoras.
El Evangelio de hoy nos presenta al centurión que le pidió a Jesús que curara a su sirviente. En él encontramos esta humildad; pues aunque era un hombre influyente, más acostumbrado a dar órdenes que a recibirlas, no se sentía digno de estar en la presencia de Jesús, y por eso envió a sus amigos a presentarle su petición. Reconoció que Jesús tenía una santidad y un poder mucho más grandes que los suyos y sin embargo no temió recurrir a él, tal vez porque percibía la bondad de Cristo: así como su sirviente era valioso para él, él mismo era valioso para Jesús. Con seguridad Jesús no ignoraría su petición, y no lo hizo; Jesús vio la humildad y la fe del centurión y sanó al sirviente.
A veces la humildad implica admitir nuestra necesidad de recibir ayuda y creer que Dios puede y quiere satisfacer esa necesidad. Esto no es sencillo. Es más fácil pretender que estamos bien y disculpamos el mal genio o un mal hábito antes que arrepentirnos y pedirle perdón a Dios en la Confesión. También puede suceder que un ser querido esté experimentando una dificultad, pero no tenemos la suficiente fe para pedirle a Dios que intervenga. Así que el primer paso para cultivar la humildad es decir: “Señor, sé que no soy digno, pero creo que tú puedes ayudarme y cambiarme.” Después de todo, no estaríamos leyendo hoy la historia del centurión si él no hubiera tenido la humildad de dar un paso de fe.
Tal vez tú también tienes una gran necesidad que quieres poner delante de Dios en oración. Te invito a imitar al centurión. No sabes cuál es la voluntad de Dios al respecto, y no tienes el poder de cambiar nada por ti mismo; pero sabes que el Señor te ama y ese es un buen punto de partida. Preséntale a él tus necesidades y confía en que él puede satisfacerlas.
“Señor y Dios mío, ayúdame a creer más y ser más humilde. Jesús, en ti confío.”
1 Corintios 11, 17-26. 33
Salmo 40(39), 7-10. 17
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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