El Evangelio de hoy señala un cambio decisivo en el ministerio de Jesús, pues los discípulos deben tener ya una idea clara de su Persona.
Pedro confiesa que ellos lo han reconocido como el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús indica entonces a los discípulos y al pueblo las condiciones con las que son invitados a seguirle, que va hacia la muerte de cruz y la resurrección. Con estas enseñanzas les señala el camino y prepara a sus discípulos para lo que sucederá en Jerusalén.
Jesús interpela a sus discípulos con estas preguntas, pues espera de ellos una apertura espiritual y una postura clara. No deben limitarse a aceptar su modo de actuar y sus obras con cierta admiración, pero sin cambiar su modo de caminar. No, deben tener un entendimiento claro y no dejar que nada ni nadie les impida reconocer y asimilar el sentido pleno de su actuación.
Quiere que sus ojos sean transparentes y limpios, que penetren y vean, que traduzcan en palabras lo que han visto, que confiesen lo que han reconocido. Jesús propone una enseñanza completa sobre la actitud espiritual correcta con la que podemos encontrarle: no con un corazón endurecido, que perciba sólo parcialmente y que evite tomar una clara posición, sino un corazón puro y una decisión comprometida. Y lo mismo espera de nosotros.
¿Quién es, pues, Jesús, para ti? Jesús mismo se sitúa en el centro de la pregunta, pues quiere que los discípulos tomen plena conciencia de su identidad y se pronuncien de manera comprometida sobre la realidad de su Persona.
Cristo no quiere seguidores que, con una cierta simpatía o un cierto interés, aprueben sólo alguna de sus enseñanzas. Todo el sentido de su identidad depende de quién es él para ti y de su relación con Dios. Sobre este punto Jesús exige a los discípulos un conocimiento pleno y un testimonio claro. A ello deben conducirles necesariamente sus preguntas.
¿Estás tú, querido hermano, dispuesto a confesar a Cristo como el Mesías de Dios?
“Amado Jesús, perdóname por no saber expresar bien mi fe en ti. Concédeme tu gracia para declarar enfáticamente que tú eres mi Dios, mi Señor y mi Salvador.”
Isaías 50, 5-9
Salmo 115(114), 1-6. 8-9
Santiago 2, 14-18
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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