Lucas 9, 9
Los cristianos sufren oposición y persecución cuando predican la Palabra de Dios, algo que ha caracterizado siempre la proclamación del Evangelio; incluso hoy, muchos que llevan el mensaje de Cristo siguen siendo atacados y martirizados en diversas partes del mundo, especialmente en el Oriente.
El Rey Herodes no tenía la conciencia tranquila, tanto por sus actos de inmoralidad como por haber mandado matar a Juan el Bautista. Pero lo que oye decir acerca de Jesús, su predicación, las señales que realiza, su poder sobre los espíritus malignos y las curaciones milagrosas, le causan inquietud y molestia. Por eso quiere conocerlo, no para admirarlo, sino para neutralizarlo, porque en la persona de Cristo ve una amenaza para su propia seguridad. El que vive en la oscuridad no quiere salir a la luz porque teme que se descubran los actos de maldad e injusticia que comete a diario.
¿Por qué se siente amenazado Herodes? Porque la Palabra de Dios revela la condición espiritual del ser humano y le hace ver la necesidad de cambiar de vida, reconocer sus maldades y corregir su conducta. Esta fue precisamente la razón por la cual, no solo Herodes, sino las autoridades religiosas, los maestros de la ley y los fariseos rechazaban a Jesús. El poder prolongado casi siempre corrompe y la arrogancia se ve amenazada por la humildad de Cristo y de sus seguidores fieles.
Hoy la Iglesia se fortalece cuando predica el mensaje de Cristo con valentía y fidelidad. Cuando la Palabra de Dios se proclama con toda claridad y pureza produce fruto y realiza la obra para la cual ha sido pronunciada (Isaías 55, 11). En efecto, no se puede diluir el Evangelio por miedo a represalias ni para hacerlo más aceptable a la mentalidad del mundo. Cuando se presenta la verdad de Dios con amor, bajo la guía del Espíritu Santo, la gente reconoce a Jesús y encuentra la vida en él.
Recemos por nuestros obispos, sacerdotes y diáconos para que siempre prediquen la verdad del Evangelio sin rodeos, con claridad y con valentía, sin querer agradar a los hombres, sino a Dios, para que la luz de la verdad resplandezca desde el púlpito y alumbre a todas las personas, familias, comunidades y la Iglesia entera.
“Señor Jesucristo, renueva la unción del Espíritu Santo en tus ministros consagrados y concédeles una nueva fortaleza para que anuncien claramente el Evangelio de palabra y de obra.”
Eclesiastés 1, 2-11
Salmo 90(89), 3-6. 12-14. 17
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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