El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado".Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado".Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo.
RESONAR DE LA PALABRA
Al menos Herodes mantenía la curiosidad, quería conocer a Jesús. La verdad es que su motivación no era demasiado buena ni sus intenciones muy caritativas. Su frase empieza con un “A Juan lo mandé decapitar yo.” Así que debía tener una manera un poco especial de tratar con las “novedades” que aparecían en su reino.
Lo nuestro no es una novedad. Lo nuestro es una tradición de más de veinte siglos. ¿O no? Tenía un profesor en teología que decía muchas veces que a los cristianos, a los seguidores de Jesús, Dios nos espera en el futuro, nunca en el pasado. Quizá eso forme parte del hecho de ser “seguidores”, que Jesús va por delante de nosotros y que no le alcanzamos nunca. Él va abriendo camino, desbrozando el terreno. Allí donde nosotros estamos convencidos de que es imposible, él nos abre un camino a la vida y a la esperanza. Así lo hizo con su resurrección. Y así lo hace tantas veces en nuestra vida.
La primera comunidad cristiana se vio obligada a buscar caminos nuevos. La novedad del Evangelio no cabía en el estrecho mundo judío. Descubrieron, aunque con algunas dificultades, que para ser cristiano no hacía falta ser judío. Más adelante, entraron en contacto con el mundo griego y romano y los padres de la Iglesia, los Santos Padres de los primeros siglos, no tuvieron problema en utilizar la lengua griega o latina para expresar el mensaje evangélico. No sólo utilizaron la lengua sino también la cultura, la filosofía, todo. Así llegó el Evangelio a lo que por entonces era “todo el mundo.”
Lo nuestro es una tradición que siempre se está rehaciendo, reinventando, porque lo fundamental no es mantener las formas de la tradición sino ser capaces de expresar lo fundamental de la tradición, el mensaje del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, en todos los medios que sean necesarios para que todos lo escuchen, comprendan y tengan la posibilidad de acogerlo en sus corazones.
Por eso, cuando leemos la primera lectura, nos podemos decir a nosotros mismos que sí, que estamos en lo de siempre, que seguimos en el mismo empeño de los cristianos de todos los siglos, anunciar el Evangelio, pero que estamos llenos de esperanza porque Dios mismo es el que anima nuestro esfuerzo.
CR
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