Uno de los discípulos, al observar el recogimiento de Jesús, le ruega que les enseñe a orar, es decir, hablar con Dios. Fijémonos bien en lo que nos enseña su actitud, una actitud de amor filial y una profunda realidad interior mientras Jesús eleva la mirada hacia el cielo en contemplación y adoración. El Hijo de Dios, siendo humano y divino, experimenta en frecuentes ocasiones la necesidad de encontrarse con su Padre y dialogar con él cara a cara.
Ante la petición del discípulo, y sin duda con agrado interior, Jesús responde: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino…” La oración consiste en un intercambio filial del hijo con el Padre que nos ama hasta el extremo y que significa todo para él: vida, amor, salud, paz y felicidad.
La oración que el Señor nos enseña es la más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de un auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida, no a una persona cualquiera, sino a la Persona de Dios Padre, Creador de todo y Autor de la vida.
En ella, alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a quienes nos han ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.
El Papa Emérito Benedicto XVI dice que es “significativo que Lucas sitúe el Padre Nuestro en el contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, él nos hace participar de su propia oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas y las eleva hasta el corazón de Dios.”
La liturgia católica nos lleva a rezar esta oración al preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las siete peticiones que contiene y el orden en que están formuladas nos dan una idea de la conducta que hemos de mantener cuando recibimos la comunión eucarística.
“Padre eterno, enséñame a rezar esta hermosa plegaria como hijo tuyo.”
Génesis 18, 20-32
Salmo 138 (137), 1-3. 6-8
Colosenses 2, 12-14
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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