¿De dónde, pues, salió esta cizaña? El amo les respondió: De seguro lo hizo un enemigo mío. (Mateo 13, 27-28)
En la vida humana hay una gran mezcla de cualidades buenas y malas, de virtudes y defectos, de valores positivos y negativos y de intenciones constructivas y destructivas. También hay personas que no saben tolerar las diferencias y quieren ser jueces de los demás; piensan que solo ellas tienen la razón y que los demás están equivocados. Hoy, la parábola del trigo y la cizaña nos ayuda a no caer en la tentación de querer descalificar y excluir a quienes no piensan como nosotros.
Pero no es solo en el ámbito comunitario donde crecen el trigo y la cizaña. A veces en el propio interior de la persona crecen los brotes de tentaciones y los engaños del enemigo, Satanás, y nos parece justo tener actitudes de juicio, egoísmo, orgullo y cosas por el estilo, que al final de cuentas se manifiestan en nuestras acciones, tanto en la familia como en la comunidad.
¿Qué nos dice el Señor al respecto? Que la Palabra de Dios es la buena semilla; sin embargo, en las personas, las familias y las comunidades aparecen siempre ideas y enseñanzas que son contrarias a la Palabra de Dios; por eso nos aconseja diciéndonos: “Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y… diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla.” Lo que distingue lo bueno y lo malo es lo que cada uno hace y las consecuencias que esos actos tienen en uno mismo y en los demás. Es por el fruto de nuestras acciones que Dios nos juzgará (Mateo 12, 33).
El trigo y la cizaña que crecen juntos son una indicación clara de que la realidad del mal será compañera inseparable en la historia de la salvación, es decir, que esta situación va a condicionar siempre al ser humano y a la nueva sociedad que Jesús quiere instaurar.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Querido lector, dedícate a orar y pedirle al Señor discernimiento, sabiduría y entendimiento para reconocer las faltas y las virtudes propias; así podrás reprimir las reacciones negativas y fomentar las positivas, y también disculpar los errores de los demás. Así crecerá el Reino en ti y en tus seres queridos y amigos. Para reconocer las faltas personales, uno de los mejores medios es hacerse, al final del día, un sincero examen de conciencia. Es muy útil.
“Amado Jesús, concédeme la gracia de darme cuenta de cuándo tu gracia actúa en mi vida y cuando yo tiendo a frenarla con mis acciones.”
Éxodo 24, 3-8
Salmo 50 (49), 1-2. 5-6. 14-15
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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