¿Alguna vez has conversado con una mujer que acaba de comprometerse para casarse? La cara le brilla de alegría cuando te muestra el anillo y no puede dejar de hablar de lo que será su futuro, pues se ha comprometido con alguien para compartir la vida hasta que la muerte los separe.
En el Evangelio de hoy, Jesús no nos ofrece un anillo de compromiso, sino su propio yugo; nos invita a unirnos a él en un emocionante viaje de amor y fidelidad para toda la vida, una unión que ni la muerte podrá separar.
Ahora, la palabra “yugo” probablemente no evoque sentimientos de gozo o entusiasmo, por una buena razón: el yugo es una dura pieza agrícola usada para uncir dos bueyes o mulas para que, avanzando juntos, muevan una carga pesada. Aun en la Escritura, esta palabra tiene una connotación negativa, pues se usa, por ejemplo, para referirse a la esclavitud de Israel en Egipto (Levítico 26, 13) o al “yugo” de la ley (Gálatas 5, 1). Pero todo eso cambió con Jesús. Su yugo es completamente diferente, pues “es suave”. En vez de hacernos llevar una carga pesada, Cristo nos ofrece gracia y libertad: libertad del poder del pecado y gracia para ser más como él.
Estar uncido o enyugado con Jesús significa disponernos a seguir sus instrucciones: él marca la ruta y nosotros la seguimos. Y cuando lo hacemos, él camina junto a nosotros en cada paso que demos. Así, nos ayuda a refrenar la lengua o usar palabras de aliento; nos mueve a ser más caritativos respecto a los demás; nos da la paz que necesitamos para soportar las situaciones difíciles. Cuando estamos unidos al Señor, él nos ayuda a llevar la carga.
Hermano, te animo a considerar la invitación de Cristo a aceptar su yugo. Él te ofrece su gracia y te promete enseñarte y guiarte. Cuando estés listo, dile: “Señor, quiero tomar tu yugo y seguir tus pasos.” Cada mañana conságrate a él nuevamente. Dile que quieres ser su discípulo y aprender a vivir como él quiere que lo hagas. Para no olvidarte de que estás unido a Cristo, lleva un rosario en el bolsillo. Cada vez que lo toques durante el día, haz una pausa y recuerda que estás unido a Jesús y que él te ayuda a llevar tus cargas.
“Señor, quiero aceptar tu yugo y aprender a caminar junto a ti todos los días de mi vida.”
Éxodo 3, 13-20
Salmo 105 (104), 1. 5. 8-9. 24-27
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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