El es verdaderamente el Salvador del mundo (Jn 4,42)
Señor, hemos sabido de tus obras y hemos estado asombrados. Hemos contemplado tus maravillas y nos hemos admirado.
Una vez que descendió tu Verbo, nuestro corazón se conmovió y nuestro interior con estremecimiento se abrió a él. Cuando el silencio envolvía todo y que la noche había recorrido la mitad de su camino, tu Palabra todopoderosa ha llegado de los palacios reales (cf. Sab 18,14-15). Porque tu has derramado sobre nosotros, Padre, lo inmenso de tu caridad y no has podido retener más la abundancia de tu misericordia. Has hecho brillar la luz en las tinieblas, esparcido el rocío sobre la sequía y en el frío penetrante alumbraste un fuego ardiente. Por eso, tu Hijo apareció como alimento abundante cuando amenaza una extrema escasez, como manantial de agua viva para el alma que sufre y desfallece en pleno calor. O también, como se manifiesta el liberador a los sitiados que van a ir a combate, con la perspectiva de la muerte, bajo la amenaza de la espada enemiga. Así se reveló a nosotros, nuestro Salvador.
Es muy bueno y deseable, reportarnos a los orígenes de quien es nuestra salvación, proclamar su encarnación, recordar de dónde ha venido y de qué forma ha descendido.
San Amadeo de Lausanne (1108-1159)
monje cisterciense, obispo
Homilía mariana III (Trad. sc©Evangelizo.org; Cfr SC 72, «Huit homélies mariales», Paris, Cerf, 1960)
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