¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? (Marcos 6, 2)
San Marcos nos cuenta que Jesús fue el sábado a la sinagoga de su ciudad de Nazaret para enseñar. Como lo hacía en otros lugares, anunció la buena nueva de que el Reino de Dios había llegado al mundo. Como era de esperar, los vecinos del lugar se quedaron asombrados por su sabiduría y porque además ya habían oído de todos los milagros que había realizado en otros lugares y de cómo había dominado fuerzas tan poderosas como el mar embravecido, los vientos tempestuosos, los demonios, la enfermedad y hasta la muerte misma.
Pero ¿por qué no aceptaban su poder sanador sus propios vecinos que lo habían conocido por tantos años? Hasta Jesús “estaba asombrado porque aquella gente no creía en él”. ¿Cuál era la dificultad? ¿Por qué no podían aceptar que Dios actuara tan poderosamente por mano de este vecino que todos conocían? La respuesta, al igual que en todos los otros casos, es la dureza del corazón la que suscita sospecha y envidia. Los nazarenos se sintieron heridos en su orgullo y se negaron a admitir que necesitaban la sanación que Cristo les ofrecía.
Jesús se alegra cuando reconocemos que él es el Señor y que nosotros somos meros mortales pecadores. Él aceptó el castigo que merecíamos nosotros y espera que cada uno acepte de todo corazón la vida que nos ofrece. Es cierto que es posible vivir sin entregarse al Señor, pero ¿qué tipo de vida es esa? Vacía e inútil. ¿Por qué? Porque no llegamos a conocer al Amor que nos creó y que nos sostiene hasta este mismo día. Sin Cristo, permanecemos separados de la Vida que fue clavada en la cruz para librarnos de la esclavitud del dominio de las tinieblas.
Este pasaje de San Marcos nos interpela a reconocer si nuestra fe en el Señor es auténtica o no. ¿Somos capaces de confiar en que Dios actúa eficazmente en la vida de sus hijos? Jesús nos invita a depositar toda nuestra fe en él. En la Escritura leemos que todos los que creyeron en su amor poderoso fueron sanados, liberados y protegidos. Pidámosle nosotros también al Espíritu Santo que, al llevarnos a la verdad completa, nos conceda una fe firme.
“Espíritu Santo, enséñanos a darnos cuenta de lo mucho que necesitamos creer y esperar en el amor de Dios. Perdona, Señor, nuestra incredulidad.”2 Samuel 24, 2. 9-17
Salmo 32 (31), 1-2. 5-7
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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