Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. (Mateo 25, 31)
¡Qué espectáculo más impresionante y extraordinario va a ser éste! ¡Cristo resucitado y glorioso sentado en su trono, rodeado de una multitud de ángeles que le rinden culto! Imagínate, hermano, entrar en esta visión y que Jesús, mirándote a los ojos y sonriendo te dice: “Ven, bendito de mi Padre. Recibe la herencia del Reino preparado para ti desde la creación del mundo.”
¿Sabes con cuánta generosidad te ha bendecido tu Padre celestial? Antes de crear el mundo, ya tenía pensado crearte y amarte por toda la eternidad. Te conoce personalmente y te ha destinado a adoptarte como hijo, para que participes de su Reino y heredes toda clase de bendiciones espirituales. Te libró del poder de las tinieblas y te trasladó al Reino de su Hijo amado (Colosenses 1, 13), no porque lo merezcas, sino por la riqueza de su gracia que ha derramado abundantemente en tu ser (Efesios 1, 6-8). ¿No es esto asombroso?
Lo mejor es que este Reino, con todas sus bendiciones, no es únicamente para ti y para mí, sino para todos. En realidad, no puedes mirar ningún rostro humano sin ver a alguien que el Señor ama completamente y con quien anhela estar unido para siempre. Desde el más pequeño hasta el más grande, el Padre abraza con amor a todos, y nos invita a imitarle amando y sirviendo a nuestro prójimo —en especial a los olvidados y abandonados— para que todos conozcan la grandeza del amor divino.
En esta Cuaresma, llénate de confianza y valentía para llevar contigo el Reio de Dios al mundo. Ofrécete a rezar con quienes sufran; llévale algo de comida a quien esté postrado; háblale del amor de Dios a alguien que se sienta abandonado; tómate el tiempo de visitar a algún enfermo o a un preso e invita a tus amigos a acompañarte. Haz cualquier cosa que pienses que Dios te pida hacer. Recuerda, a la larga lo que cuenta no es tanto lo que hagas sino el amor con que lo hagas.
“Jesús, Señor y Dios mío, ansío verte en gloria y escuchar que me llamas diciéndome ‘Ven, bendito de mi Padre’. Permíteme prepararme para esa gloriosa ocasión amándote aquí en la tierra tanto como te amaré en el cielo.”
Levítico 19, 1-2. 11-18
Salmo 19 (18), 8-10. 15
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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