Dar hospitalidad al Señor
Al recordar la condescendencia del Señor, que al final del día fue a la casa de Marta y María en Betania (cf. Jn 12,1-8), Gertrudis fue abrasada con un vivo deseo de dar hospitalidad al Señor.
Se aproximó a una imagen del Crucificado y besando con profundo sentimiento la herida del muy santo costado, hizo penetrar totalmente en ella el deseo del Corazón pleno de amor del Hijo de Dios. Le suplicó que se dignara descender en el pequeño e indigno hospedaje de su corazón, gracias al poder de todas las oraciones que habían salido de ese Corazón infinitamente manso. En su benignidad, el Señor, siempre cercano de quienes lo invoquen (cf. Sal 144,18), le hizo sentir su presencia tan deseada y dice con suave ternura: “¡Aquí estoy! ¿Qué vas a ofrecerme?” Ella: “¡Qué sea bienvenido mi única salvación y mi bien! ¿Qué digo? Mi único bien”. Agregó: “¡Lo lamento tanto! Mi Señor, en mi indignidad no preparé nada que pudiera convenir a su divina magnificencia. Pero ofrezco todo mi ser a su divina bondad. Llena de deseo, le suplico Señor, que se digne preparar en mí lo que pueda más agradar a su divina benignidad”. El Señor le dijo: “Si me concedes esta libertad tuya, dame la llave que me permita tomar y restablecer sin dificultad todo lo que desee por mi bien y refacción”. Ella entonces agregó: “¿Cuál es esta llave?” El Señor respondió: “Tu voluntad propia”.
Estas palabras le hicieron comprender que si alguien deseaba recibir al Señor como huésped, le debe consignar la llave de su propia voluntad, entregándose completamente a su perfecta complacencia y otorgando confianza absoluta a su suave benignidad para operar su salvación. El Señor entrará entonces en el alma, para cumplir en ella todo lo que requiere en su divina complacencia.
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro IV, (Le Héraut, Œuvres spirituelles, Cerf, 1978), trad. sc©evangelizo.org
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