El Verbo de Dios ha venido a habitar en el hombre; se ha hecho “Hijo del Hombre”, para acostumbrar al hombre a recibir a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, tal como quiere el Padre. He aquí porque el signo de nuestra salvación, el Emmanuel nacido de la Virgen, nos ha sido dado por el mismo Señor (Is 7,14) En efecto, es el mismo Señor quien salva a los hombres, puesto que éstos no pueden, de ninguna manera, salvarse a sí mismos... El profeta Isaías dice: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará” (35,3-4).
He aquí otro texto en donde Isaías ha predicho que el que nos salva no es ni simplemente hombre, ni un ser incorporal: “No fue un mensajero ni un enviado, él en persona los salvó; con su amor y benevolencia los rescató, los liberó” (63,9). Pero este salvador es, verdaderamente, un hombre, visible: “Ciudad de Sión, mira: tus ojos verán a nuestro Salvador” (33,20)... Otro profeta ha dicho: “Volverá a compadecerse, y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos” (Mi 7,19)... El Hijo de Dios, que es también Dios, vendrá del país de Judá, de Belén (Mi 5,1) para esparcir su alabanza sobre toda la tierra... Pues Dios se ha hecho hombre y el Señor, él mismo, nos ha salvado dándonos el signo de la Virgen.
San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208)
obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías III, 20,2 – 21 ,1; SC 34
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