“Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,36)
Ser misericordioso no parece ser una profesión de reposo.
Es ya bastante sufrir por las propias miserias, sin tener también que sufrir las penas de quienes encontramos.
Nuestro corazón no reusaría si hubiera otros métodos para obtener misericordia.
No nos quejemos demasiado si tenemos seguido lágrimas en los ojos al cruzar tantos dolores en el camino.
Por ellos comprendemos lo que es la ternura de Dios…
Lo mismo que son necesarios crisoles sólidos para llevar el metal fundido, dispuesto y trabajado por el fuego,
Dios necesita corazones sólidos dónde puedan cohabitar cómodamente
nuestras siete miserias en busca de sanación y la misericordia eterna de la redención.
Si nuestro corazón está seguido disgustado de tocar tan cerca esta pasta de miseria, de la que ignora si ella es él mismo o el otro, por nada del mundo quisiera cambiar esta tarea,
porque encuentra su alegría en acercarse a este fuego incesante
que demuestra infinitamente la bondad de Dios.
Nos hemos habituado tanto a esta presencia de fuego,
que espontáneamente vamos a buscar todo lo que le permite arder
lo pequeño y débil,
quien gime y padece,
el que tiene necesidad de sanar.
A ese fuego que quema en nosotros, damos en comunión toda esa gente
con dolor que sale a nuestro encuentro, para que las toque y las sane.
Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964)
laica, misionera en la ciudad.
La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad. sc©evangelizo.org
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