El alma que se tranquiliza en la conciencia de la presencia de Dios, en donde todo se ilumina, está abierta al consuelo y a la seguridad de las infinitas bondades que Él nos provee.
El alma carcomida por toda clase de pensamientos, penas y dudas, es como un océano desde cuyas agitadas aguas no es posible atisbar ninguna salida. Es un finito infinito en la monotonía de las mismas olas, siempre variadas en los márgenes de esa misma monotonía. Su profundidad, cerrada en sí misma, es sinónimo de muerte, esa que en la vida futura será más como un tumulto sin fin, pero monótono a la vez.
Al contrario, el alma que se tranquiliza en la conciencia de la presencia de Dios, en donde todo se ilumina, está abierta al consuelo y a la seguridad de las infinitas bondades que Él nos provee. Esta luz es una verdadera celebración para el alma. Es el único camino para avanzar siempre y en verdad.
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