jueves, 17 de agosto de 2017

Meditación: Mateo 18, 21—19, 1


“Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete?” (Mateo 18, 21)

Pedro no estaba bromeando: tenía un hermano llamado Andrés, por lo que su pregunta no era nada más que hipotética. Pero la respuesta de Jesús fue clarísima: Perdona hasta setenta veces siete. Perdona del todo, siempre, completamente y sin límites. Así es como Dios nos perdona a nosotros.

Jesús es como el rey de esta parábola, que anuló la enorme deuda que le debía su empleado. Esto es exactamente lo que el Señor ha hecho con nosotros. Cuando le pedimos perdón a nuestro Dios, que es amable y compasivo, él siempre nos perdona (Isaías 43, 25). En realidad, recibir la misericordia de Dios ha de ser una experiencia diaria para nosotros los fieles.

En el Sacramento de la Reconciliación, en la Santa Misa y en el diario examen de conciencia, Dios siempre derrama su amor sanador y misericordioso en nuestro ser. Por eso, no debemos nunca tener miedo de acudir a su lado y abrir el corazón de par en par. ¡La misericordia del Señor no tiene fin!

Por otra parte, perdonar y ser compasivo también ha de ser una experiencia diaria para los fieles, y lo bueno es que no tenemos que hacerlo nosotros solos. Es cierto que hay situaciones que parecen demasiado terribles como para perdonar al culpable o culpables, como el adulterio, el abuso, el robo, el asesinato, y ciertamente para ello se requiere un poder superior a nuestras fuerzas humanas.

¡Pero Aquel que llevó sobre sus hombros todos los pecados del mundo sí tiene ese poder superior! Él está esperando a que clamemos con fe: “¡Señor, no tengo misericordia en mi interior! Muéstrame cómo puedo comenzar a perdonar.”

También es cierto que mientras más perdón recibimos, más capaces somos de perdonar a los demás. Si nos hacemos el hábito de recordar la clemencia que Dios ha tenido con nosotros, podremos comenzar a perdonar cosas pequeñas, como desaires, palabras hirientes o faltas de cortesía.

Poco a poco, Dios nos irá sanando emocionalmente y nos capacitará para perdonar también las ofensas más grandes, y de esa manera nos hará más parecidos a su Hijo.
“Señor, quiero perdonar, pero tengo el corazón herido. Concédeme tu fortaleza para perdonar a todos los que me han ofendido y perjudicado, para que así yo pueda perdonar de corazón y no guardar más ningún rencor.”
Josué 3, 7-10. 11. 13-17
Salmo 114(113), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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