Con Jesús por la mañana.
“Sólo nosotros podemos dar a los hombres la fe que tanto necesitan; dársela no con palabras ni con prácticas superficiales, sino con ese sentido de lo divino que llena nuestras vidas, con esa visión de eternidad que guía nuestros actos, con el sentimiento de la presencia de Dios que da solemnidad a todas nuestras acciones” (San Alberto Hurtado). Actúa de manera que tu accionar sea testimonio de la presencia Dios entre tus hermanos. Embellece los diálogos, sonríe y no te apresures por responder, hoy escucha antes de hablar. Ofrece tu día por la intención del mes.
Con Jesús durante el día.
“Entonces, dijo Natanael: Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: ¿Acaso crees porque te dije que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas más grandes todavía!” (Jn 1,49-50). Cada día el Señor realiza grandes maravillas. Haz un alto en tu día y reflexiona: ¿Puedes reconocer el paso silencioso, y el obrar de Jesús, en medio de tu ruidosa jornada? Con confianza repite pausadamente: “Señor, dame un corazón atento” mientras renuevas el propósito de la jornada.
Con Jesús por la noche.
Hazte consciente. Detén la marcha del día y aquieta el interior. Dios te acompaña en el camino, aprende a reconocer su paso para crecer en sabiduría interior. Trae a la memoria los acontecimientos y las personas que hoy pasaron. Agradece todo. ¿Cómo ha sido tu día? ¿De qué modo Dios se te ha hecho presente? ¿Qué has aprendido? ¿Hay necesidad de enmendar algo o pedir perdón? Toma nota de lo que resuena en tu interior.
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