Los fariseos presentaban una apariencia de rectitud que no tenían y no reconocían el pecado que los estaba carcomiendo por dentro.
¡Qué fácil es para algunos caer en esta trampa! ¡Qué pocas veces pensamos en buscar sanación cuando se trata de los males del alma!
Generalmente nos contentamos con mostrar una expresión de tranquilidad y tratar de actuar rectamente, pero sin hacernos un profundo examen de conciencia para sacar a la luz la ira, el egoísmo y las inseguridades que tal vez llevamos por dentro.
Hacemos buenas obras y observamos ciertas normas de conducta; pero si también llevamos una carga de resentimientos, miedos y hábitos de pecado, no hay obra buena en el mundo que pueda acercarnos a Dios.
La hipocresía es un pecado contra la verdad, es decir, un pecado contra el mandamiento de no mentir, y consiste en fingir cualidades o sentimientos que no se tienen. Muchas veces, el mundo nos tienta a pretender que hacemos lo correcto, a aparentar algo que en realidad no somos. Es un pecado grave contra el cual el Señor advierte severamente. Esto puede darse en el hogar, en el trabajo y también en la iglesia.
Pero cuando lo que hacemos y decimos es honestamente cierto, sobre todo en favor de los demás, el Señor puede elevar esas obras a un nivel espiritual y derramar el amor de Dios sobre las personas a quienes atendemos.
Las buenas obras y las normas de moral son indudablemente importantes, pero si lo que nos mueve no es el amor a nuestro Salvador, no podemos dar a nadie el regalo más grande de todos: la esperanza de la vida divina por medio del Espíritu Santo. Dios quiere que nuestras obras de misericordia y bondad sean reflejos auténticos de la transformación interna que Jesús ha forjado en nosotros.
Acudamos, pues, a nuestro Salvador, para que él cure nuestras heridas y nos libre del pecado. No tengas miedo, hermano, de lo que Cristo quiera hacer en tu interior, porque él viene a salvarte y no a condenarte. Si tienes el corazón iluminado por la gracia, las obras que hagas pueden llegar a ser reflejos de la misma pureza de Dios.
“Jesús, cúrame, te lo ruego, de todo lo que me impida recibirte sin reservas en mi corazón. No quiero ser un ‘sepulcro blanqueado’. Purifícame, Señor, de mis pecados para que yo sea capaz de proyectar tu amor hacia los demás.”1 Tesalonicenses 2, 9-13
Salmo 139(138), 7-12
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario