sábado, 26 de agosto de 2017

Meditación: Mateo 23, 1-12


El Papa Francisco es el primer Sumo Pontífice en la historia moderna que realiza una visita apostólica a un país sumido en una terrible revolución sectaria.

En noviembre de 2015, visitó la República Centroafricana, donde la violencia entre cristianos y musulmanes ha cercenado la vida de miles de personas. Pero el peligro latente no le impidió al Santo Padre predicar en una mezquita de una comunidad sitiada y proclamar “Dios es paz.”

También visitó un campamento de refugiados donde bendijo a los niños desplazados. El Papa cree firmemente que “la fe es un encuentro con Jesús, y debemos hacer lo que Jesús hace: encontrarse con los demás,” dondequiera que estén.

Los escribas y fariseos a los que se refiere Jesús en la lectura de hoy podrían aprender algo del Papa Francisco. Eran maestros muy entendidos, pero se mantenían a distancia de aquellos a quienes se dirigían; estaban demasiado preocupados de los honores de sus posiciones y de ocupar los lugares principales en la congregación. Por estas razones, su enseñanza era vacía. Decían lo que cada uno debía hacer, pero no daban el ejemplo.

Los cristianos de hoy no podemos suponer que la gente vaya a adoptar la fe automáticamente y luego condenarlos o desentenderse de ellos si no lo hacen. Lo que sí hemos de hacer es seguir el ejemplo del Papa Francisco y salir a encontrarnos con la gente; buscar modos novedosos y concretos de mostrarles el amor de Cristo.

Para algunos, esto puede ser difícil. Tal vez estemos muy ocupados, seamos tímidos o estemos involucrados en tantas actividades que nos resulta difícil tratar con personas fuera de nuestros familiares y amigos íntimos. Pero en lugar de entenderlo esto como una exigencia, podríamos mirarlo sólo como un desvío breve y esporádico de nuestras actividades usuales. Esto no es tan difícil, ¿cierto?

Basta con dedicar un momento para escuchar a alguien que esté afligido; una hora de un día para ir a visitar a un amigo en el hospital o en un asilo de ancianos. O bien, ofrecerse para rezar por alguien que esté enfrentando graves dificultades. Esto es lo bueno de los encuentros personales; no tienen que ser eventos extraordinarios; solamente tienen que suceder y el Señor se ocupa del resto.
“Señor y Salvador mío, ayúdame a extender la mano un poco más hoy, porque quiero ser instrumento tuyo para ayudar a quien lo necesite hoy.”
Rut 2, 1-3. 8-11; 4, 13-17
Salmo 128(127), 1-5

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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