Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.Lucas 17, 13
Jesús atendía con misericordia y amor a cuantos se acercaban a él, perdonaba a quienes se arrepentían de sus pecados, consolaba a los sufrientes, los marginados y despreciados y animaba a los que anhelaban conocer y servir a Dios.
Los diez leprosos que buscaban curación fueron sanados y pudieron volver a reunirse con sus familias, pero uno solo de ellos reconoció el gran milagro que Jesús acababa de hacer por él y volvió a darle gracias; por ello, Jesús le dio además la salvación. Lamentablemente, muchísimos creyentes no saben de verdad quién es Dios ni lo que Cristo ha hecho por ellos mediante su vida, su pasión, su muerte y su resurrección y menos aún le dan gracias. Fuimos creados para Dios, pero por la tendencia natural al pecado que llevamos dentro, rechazamos la autoridad divina y preferimos vivir sólo para nosotros mismos, desorientados y separados de Dios.
Pero el Señor, por su inmensa misericordia, envió a su Hijo a restablecer el orden creado. Jesús, absolutamente inocente y sin pecado, dio su vida voluntariamente por los pecadores; recibiendo el castigo que merecíamos nosotros, nos purificó de toda maldad derramando su Sangre preciosa en la cruz y las puertas del cielo se abrieron para que pudiéramos entrar, ya limpios de mancha, culpa o vergüenza. Esto es lo que la Iglesia nos ha enseñado siempre, pero muchos hemos caído en la rutina de participar en la Misa dominical pero sin realmente poner atención a lo que Dios nos dice.
¿Qué significa esto? Que si realmente queremos asegurarnos de que pasaremos nuestro destino eterno junto a Dios, ya es hora de dejar de buscar la seguridad y la felicidad en el dinero, el placer, los vicios o la indiferencia, y dedicarnos a conocer a Jesucristo nuestro Salvador y lo que él ha hecho por nosotros. La fe y la conversión son gratuitas, a diferencia de aquellas otras falsas fuentes de alegría o felicidad, que por lo general resultan bastante caras; pero lo que sí se nos pide es la entrega de nosotros mismos, a cambio de la salvación de nuestras almas. ¡Qué mejor que eso!
“Amado Jesús, perdóname por mi indiferencia, por buscar la seguridad en las cosas terrenales. Ven a mi corazón, Señor, dame un espíritu nuevo y enséñame a creer más en ti. Gracias, Señor, por todo lo que has hecho por mí.”
Sabiduría 6, 1-11
Salmo 82(81), 3-4. 6-7
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