El Señor pasaba por Jericó rumbo a Jerusalén, donde cumpliría su misión redentora.
Su encuentro con Zaqueo demostró la compasión y la misericordia de Cristo y su inquebrantable fidelidad a su misión mesiánica. Jesús es el verdadero pastor que busca a las ovejas perdidas, sale a rescatar a las descarriadas, cura a las heridas y fortalece a las débiles (Ezequiel 34, 16).
Los judíos consideraban que Zaqueo era un renegado social. Siendo jefe de los cobradores de impuestos, era considerado traidor y censurado por sus conciudadanos. Sus riquezas eran evidencia, no sólo de su influencia, sino de la deshonestidad que entonces era propia de su oficio. El gobierno romano exigía a los cobradores de impuestos que recaudaran los tributos y luego cobraran su comisión exigiendo más dinero a su propia gente. En todo caso, el transformador encuentro de Zaqueo con Jesús se produjo en tres etapas: búsqueda, respuesta y recompensa.
A pesar de los dos obstáculos principales que enfrentaba (el desprecio y rechazo de los israelitas, y el hecho de realizar un trabajo importante para el opresivo gobierno romano), Zaqueo estuvo dispuesto a arriesgarse para ver a Jesús. Como era de baja estatura subió a un árbol, lo que demostraba que tenía un gran deseo de ver al Señor.
Cristo respondió invitándose a cenar a la casa de Zaqueo. Muchos de sus seguidores no podían creer que el Señor quisiera tener amistad con semejante pecador, pero él, que es el Pastor compasivo que siempre busca y salva a las “ovejas perdidas”, fue de buena gana a casa del recaudador de impuestos, reconociendo que éste estaba dispuesto a escuchar.
El premio de Zaqueo fue la salvación. Habiendo abierto su corazón y su hogar a Jesús, el poderoso amor sanador de Dios le llegó al corazón y lo fue transformado. La presencia de Cristo hizo posible lo que era sin duda algo muy difícil de lograr: ¡que un rico entrara en el Reino de Dios! (Lucas 18, 24-27). Así es la fe, puede cambiar hasta el corazón más endurecido e infundir en la persona el impulso de confiar en Jesús, amarlo y admirarlo.
“Amado Jesús, te doy gracias porque siempre estás dispuesto a responder y actuar en la vida de los que creen en ti y te aceptan. Concédeme fortaleza para vencer los obstáculos que me pone el pecado y así poder seguirte y obedecerte.”
2 Macabeos 6, 18-31
Salmo 3, 2-7
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