Salmo 106
Peligro y rescate. Ese es el ciclo de la vida. Así era en la antigüedad, y así es ahora. La forma y el nombre de los peligros cambian, pero el miedo que sentimos cuando vienen es el mismo, como es el mismo el respiro cuando se van. Y la misma es la mano del Señor que nos salva de ellos.
El hombre bíblico enumeraba cuatro peligros: desierto, calabozo, enfermedad y tempestad en el mar. Y cuatro rescates: del hambre y la sed del desierto al camino recto, hasta la ciudad amurallada; de la oscuridad de la prisión a la luz de la libertad; de la enfermedad a la salud; y del mar enfurecido a la seguridad del puerto.
En mi vida también, Señor, están presentes las arenas del desierto, la soledad del calabozo, la fiebre del cuerpo y la amenaza del mar y el aire y aun la tierra, bajo la maldición de la guerra y el terrorismo en todas partes. La humanidad no se ha enmendado en dos mil años. La vida del hombre es hoy, más o menos, la misma en el tráfico de la ciudad que lo era en las arenas del desierto. Vivo en el peligro, temo las catástrofes, me acobardo ante el sufrimiento y me entrego a la desesperación. Vivo de lleno este salmo, Señor.
Necesito la mano que me salve de los peligros de mi vida. De mi desierto y mi prisión y mi tormenta. Necesito tu mano, Señor, tu visión y tu voz, tu calma y tu poder. Necesito día a día la certeza de tu presencia y la firmeza de tu brazo. Necesito ser rescatado, porque todavía no soy libre.
Te ruego me liberes de la enfermedad, pero más aún te ruego me liberes del miedo a la enfermedad. Ese es el rescate que anhelo. No tanto el rescate del peligro exterior, sino el del miedo íntimo. Mientras no llegue ese rescate, no seré libre, porque siempre hay peligros. Una vez que me libere del miedo, seré de veras libre, y el desierto y la prisión y el mar y las guerras de los hombres no serán amenazas para mí.
“Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.”
Dame un corazón sin miedo, Señor, un corazón que crea en ti y se fíe de ti y, en consecuencia, no tema nada ni a nadie. Haz que la bendición de tu paz llegue hasta el fondo de mi alma para que arranque las raíces del miedo y siembre la semilla de la fe. Hazme sentir confianza para que pueda vivir con alegría. Estáte siempre a mi lado, Señor, para que los peligros de la existencia se truequen en el gozo de vivir.
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