Jesús dijo a sus discípulos: "En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada". Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".
RESONAR DE LA PALABRA
Alejando Carbajo, cmf
Queridos hermanos, paz y bien.
El Evangelio de este día sigue reflexionando sobre la llegada del fin de los tiempos y continúa dándonos pistas para preparar la venida del Reino. Está claro que el que fija el final del mundo es Dios. Pero el tiempo de Dios no es como nuestro tiempo. El tiempo de Dios es independiente del nuestro. A nosotros nos queda solo prepararnos para el momento en que la hora de Dios se haga presente en nuestro tiempo.
Como en los días de Noé y de Lot, nosotros podemos vivir rutinariamente. Comer, beber, plantar, construir… Caemos en la rutina, y nada más. Nos vamos adaptando. Y perdemos la tensión de los comienzos. “Acordaos de la mujer de Lot”. No perdáis tiempo, no miréis para atrás, nos dice Jesús. Si de verdad nos preocupa el Reino, hay que darse por completo a esa tarea. En las cosas que hacemos, cada día, a todas horas.
Hay que perder la vida para ganar la vida. Para realizarnos plenamente, debemos darnos por completo a los demás. La fuente de la vida se encuentra en la entrega de la misma. Muchos tenemos la experiencia de que, dando, se recibe. Dar la vida por Jesús y por el Evangelio.
Jesús nos recuerda también que tenemos que estar vigilantes, atentos, cada día. Es como en la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes y cinco necias. Cuando más tranquilo estás, viene una enfermedad, un accidente, una catástrofe natural y todo cambia. ¡Que Dios nos pille confesados!, solemos decir. Dios nos ayuda a vivir nuestra vida en el camino hacia Él, para que el final no nos tome por sorpresa.
El diluvio y la destrucción de Sodoma llegaron por sorpresa. La única manera de prepararse es vivir una vida buena, centrada en el amor. Si vivimos así, la venida de Cristo no será una catástrofe para nosotros, sino la liberación final.
Cuando Jesús dice estas palabras, está en camino hacia Jerusalén. A Él le queda poco tiempo. Por eso, quizá, subraya la necesidad de escoger ahora el camino del Reino, y mantener la fe fuerte, especialmente en tiempo de crisis. Todo en la vida es pasajero, estamos en peregrinación hacia la casa celestial. Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Que nuestro tesoro sea siempre Cristo y su Reino. Y que lo podamos llevar a los demás.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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