Despertar para la nueva vida requiere disposición
La llave de todo es el ardiente deseo de nuestro corazón para recibir esta vida nueva. Para recibirla, solo nos basta querer ser sepultados en la muerte con Cristo. ¡Querer! “Yo no quiero más esta vida vieja, ya estoy cansado, es un peso. “Yo sé que el deseo por una vida nueva existe en tu corazón, pero el Señor quiere hacerlo resurgir dentro de ti.
Que bueno que no quieres más esta vida vieja de pecado, de vicios, que no te hace nada de bien, solo cansancio, muerte y tristeza. Jesús está suscitando en ti ese deseo de vida nueva, y eso es ser bautizado en la muerte con Cristo.
Incluso en los que estamos en Cristo, desgraciadamente, vivimos un vida de rutina. Ya estamos acostumbrados con esta vida, ya nos habituamos a todo. Parece que ya no tenemos más animo, ya no tenemos más coraje y entusiasmo; no tenemos grandes pecados, gracias a Dios, pero nos vamos arrastrando en aquella rutina, en aquellos pequeños pecados y defectos.
Los defectos permanecen en nosotros, y nosotros nos equivocamos aquí y allí. Entonces, nuestra irritación e impaciencia, nuestro orgullo y vanidad van transformándose en pequeñas y grandes mentiras, pequeñas y grandes impurezas. Y vamos viviendo una vida más o menos, en una eterna mediocridad. Vamos, como dice la expresión “empujando con el vientre”. Algunos incluso ostentan una vida de siervos de Dios, de cristiano perfecto, ejerciendo algún ministerio en la Iglesia, pero interiormente, están presos en la vida vieja.
No aguantamos más esta vida de rutina, mediocre. ¡Y que bueno que no aguantas más! Que bueno que estás cansado, y es mejor que sientas “nauseas” frente a ese tipo de vida. Cuando surge esta “nausea”, comienza a brotar dentro de ti un deseo de vida nueva, de morir con Cristo en Su muerte, para igualmente resurgir con Él para una vida nueva.
Si alguien sostiene tu cabeza dentro de un recipiente de agua, ¿cuánto tiempo consigues quedarte sin respirar? ¿Treinta segundos? ¿Un minuto? Lo más importante, sin embargo, es pensar en lo que tu deseas, desesperadamente, durante este tiempo: ¡el aire! Es con la misma desesperación que tu necesitas desear la vida nueva.
El Espíritu Santo quiere operar la renovación de nuestro bautismo. Fue así que hacían los primeros cristianos: durante toda la Cuaresma, los catecúmenos – los paganos que se habían convertido – se preparaban para el bautismo, para la vida nueva.
“¿Qué diremos entonces? ¿Que debemos seguir pecando para que abunde la gracia? ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, par que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus bajos deseos. Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia” (Rm 6, 1-14).
¡Despertémos para una vida nueva y que Dios bendiga este recomienzo.
fuente Portal Canción Nueva en español
Artículo extraído del libro ‘Despierta, tu que duermes’, de monseñor Jonas Abib.
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