Lectura del santo evangelio según san Juan 6,44-51
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»Palabra del Señor
Comentario al EvangelioQueridos amigos:
Estamos ante una dura escena evangélica. Jesús es acusado por sus opositores de realizar su obra en alianza con el Maligno. Una vez más, el relato testifica la más tremenda de las equivocaciones: confundir el mal con el bien . En esta ocasión Jesús, decidido y con rabia, refuta la falta de fundamento de tal opinión que raya el ridículo. Y se deja notar en las palabras del Maestro una triste amargura, profunda y desalentada al defenderse de esas duras acusaciones. El enviado a liberar y a salvar, a curar y a sanar, es descalificado sin contemplaciones con el látigo de la duda acerca de su bondad.
Lamentablemente constatamos, también nosotros, que la obstinación del corazón humano puede llegar al extremo y hacerse incurable. Podemos encontrarnos con personas, tan contrarias a la fe y tan obstinadas en sus prejuicios, a veces grotescos y calumniosos, que terminen encendiendo nuestra ira y malhumor. Así es el corazón humano, misterio de su libertad, que en vez de usar la inteligencia para buscar la verdad prefiere imponer lo que confirme el propio prejuicio. Se repite aquella ley del mínimo esfuerzo, acuñada por La Rochefoucald en esta convincente versión: “Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance”.
La libertad de expresión que gozamos en nuestra sociedad y los instrumentos de su difusión han logrado que las ideas se transmitan con enorme rapidez, de manera muy fácil y accesible… sin tener en cuenta la credibilidad de quien las afirma, difunde o defiende. Una supina carencia de rigor y de seriedad encubre con frecuencia interpretaciones sesgadas y maliciosas, al amparo de afirmaciones generales y de slogan tan envenenados como persuasivos. El buen sentido de la cautela, la conciencia del propio límite en el conocimiento, la escucha y acogida de la verdad del otro, el distanciarse de intereses poco nobles y la autocrítica… son ciertamente “ rara avis ” en el bosque informativo en el que andamos perdidos, donde terminan imponiendo sus fueros las voces más estridentes y poderosas.
De esta manera sigue ganando adeptos una amplia corriente de opinión que, con una mirada reprobatoria a los discípulos del Maestro, les acusa de mil y una maldades: ¿Que la Iglesia se dedica a la promoción de la humanidad?... ¡Habrá que ver qué ganancias busca con ello…! ¿Que la Iglesia se alinea a favor de la paz? ¡Los intereses que le reportará…! Tras las cacareadas riquezas del Vaticano o la reiteración agotadora de sus errores históricos, encontramos siempre a acusadores incapaces de buscar la verdad con objetividad. Prefieren la cómoda seguridad de lo que dice todo el mundo o, si acaso, una hipócrita abstención para evitarse complicaciones.
Lo mismo le sucedió al Señor. El evangelio de hoy, sin ponernos una venda en los ojos, nos invita a vivir con él la simplicidad evangélica, con alegría y junto al Maestro, para que nada ni nadie tumben la certeza de nuestra fe. Recordemos y valoremos a aquellos que con tenacidad se han mantenido fieles a Jesús en las duras y en las maduras. Pidamos la fe. No la que busca tan solo evitar conflictos y dificultades, sino la que, entre persecuciones, combates y pruebas, se mantiene junto a Jesús, Camino, Verdad y Vida. ¡Esto solo se aprende en el horno del fuego! Jesús es un incendio. No aspiremos a conseguir un corazón ignífugo.
Estamos ante una dura escena evangélica. Jesús es acusado por sus opositores de realizar su obra en alianza con el Maligno. Una vez más, el relato testifica la más tremenda de las equivocaciones: confundir el mal con el bien . En esta ocasión Jesús, decidido y con rabia, refuta la falta de fundamento de tal opinión que raya el ridículo. Y se deja notar en las palabras del Maestro una triste amargura, profunda y desalentada al defenderse de esas duras acusaciones. El enviado a liberar y a salvar, a curar y a sanar, es descalificado sin contemplaciones con el látigo de la duda acerca de su bondad.
Lamentablemente constatamos, también nosotros, que la obstinación del corazón humano puede llegar al extremo y hacerse incurable. Podemos encontrarnos con personas, tan contrarias a la fe y tan obstinadas en sus prejuicios, a veces grotescos y calumniosos, que terminen encendiendo nuestra ira y malhumor. Así es el corazón humano, misterio de su libertad, que en vez de usar la inteligencia para buscar la verdad prefiere imponer lo que confirme el propio prejuicio. Se repite aquella ley del mínimo esfuerzo, acuñada por La Rochefoucald en esta convincente versión: “Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance”.
La libertad de expresión que gozamos en nuestra sociedad y los instrumentos de su difusión han logrado que las ideas se transmitan con enorme rapidez, de manera muy fácil y accesible… sin tener en cuenta la credibilidad de quien las afirma, difunde o defiende. Una supina carencia de rigor y de seriedad encubre con frecuencia interpretaciones sesgadas y maliciosas, al amparo de afirmaciones generales y de slogan tan envenenados como persuasivos. El buen sentido de la cautela, la conciencia del propio límite en el conocimiento, la escucha y acogida de la verdad del otro, el distanciarse de intereses poco nobles y la autocrítica… son ciertamente “ rara avis ” en el bosque informativo en el que andamos perdidos, donde terminan imponiendo sus fueros las voces más estridentes y poderosas.
De esta manera sigue ganando adeptos una amplia corriente de opinión que, con una mirada reprobatoria a los discípulos del Maestro, les acusa de mil y una maldades: ¿Que la Iglesia se dedica a la promoción de la humanidad?... ¡Habrá que ver qué ganancias busca con ello…! ¿Que la Iglesia se alinea a favor de la paz? ¡Los intereses que le reportará…! Tras las cacareadas riquezas del Vaticano o la reiteración agotadora de sus errores históricos, encontramos siempre a acusadores incapaces de buscar la verdad con objetividad. Prefieren la cómoda seguridad de lo que dice todo el mundo o, si acaso, una hipócrita abstención para evitarse complicaciones.
Lo mismo le sucedió al Señor. El evangelio de hoy, sin ponernos una venda en los ojos, nos invita a vivir con él la simplicidad evangélica, con alegría y junto al Maestro, para que nada ni nadie tumben la certeza de nuestra fe. Recordemos y valoremos a aquellos que con tenacidad se han mantenido fieles a Jesús en las duras y en las maduras. Pidamos la fe. No la que busca tan solo evitar conflictos y dificultades, sino la que, entre persecuciones, combates y pruebas, se mantiene junto a Jesús, Camino, Verdad y Vida. ¡Esto solo se aprende en el horno del fuego! Jesús es un incendio. No aspiremos a conseguir un corazón ignífugo.
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