Para aprender la misericordia conozcamos la escuela de Jesucristo,
entremos en la escuela donde la Virgen María es la formadora
Jesucristo dijo a Sus discípulos en el sermón de la montaña: “Sean misericordiosos como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). La Palabra de Dios nos exhorta a que seamos misericordiosos pues el Padre es misericordioso y en Jesucristo usó misericordia con nosotros. Somos llamados a usarla también con nuestros hermanos, amigos y enemigos. El juicio pertenece a Dios por eso no debemos juzgar, sino perdonar a las personas que nos ofendieron, maltrataron y nos hicieron daño.
Esa es la voluntad del Padre a nuestro respecto: que amemos nuestros enemigos y oremos por los que nos persiguen (Mt 5,44). El nos invita a amar y perdonar a las personas que nos humillaron, despreciaron y nos maltratan. Sin embargo percibimos que muchas veces no logramos perdonar a las personas que nos hicieron daño o nos perjudicaron. Entonces, ¿Cómo podremos ejercer la misericordia con los que nos maltratan?
Para aprender la misericordia conozcamos la escuela de Jesucristo, entremos en la escuela donde la Virgen María es la formadora, la educadora por excelencia. Ella nos ayudará a vencer nuestros límites, nos enseñará a amar y a perdonar hasta a nuestros enemigos pues Nuestra Señora enseñó a su Hijo, pero también aprendió de Jesucristo el amor, el perdón, la misericordia hasta con sus enemigos. Siendo así, más que cualquier otra persona, ella aprendió a amar y a perdonar hasta a aquellos que maltrataron, humillaron y mataron a su Hijo Jesucristo.
La Virgen María es nuestra madre, aquella que nos enseñó pero también aprendió de Jesucristo. El camino de humillación, persecución, de muerte de su Hijo, hicieron de María la mujer fuerte, la cual perseveró en oración, junto con los apóstoles y discípulos de Jesús (Hechos 1,14). Ella intercedió por la Iglesia naciente y continúa intercediendo por nosotros. Aun más, ella nos ayuda en este camino de crecimiento en el amor y en la misericordia, generando por el Espíritu, a su Hijo Jesucristo en nosotros. Consagrémonos a El por las manos de esta buena madre y maestra, para que un día, alcancemos la eternidad junto al Padre en el Reino de los Cielos.
fuente: Canción Nueva
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