“Estando todavía lejos, su padre le vio venir”
“De lejos penetras mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Sl 138, 2-3). Cuando todavía soy un viajero, antes de llegar a la patria, has comprendido mis pensamientos. Soñar al hijo pequeño, marchado lejos… El mayor no se había marchado lejos, trabajaba en el campo y era símbolo de los santos que, bajo la Ley, observaban las prácticas y preceptos de la Ley.
Así el género humano, que se había extraviado dando culto a los ídolos, había “marchado lejos”. En efecto, nada está tan lejos de aquél que te ha creado que esta imagen modelada por ti mismo, para ti. El hijo menor marchó, pues, a un país lejano llevándose consigo la parte de herencia que le pertenecía y, tal como nos lo dice el Evangelio, la malgastó… Después de tantas desgracias y desalientos, de pruebas y sin nada, se acordó de su padre y quiso regresar donde estaba él. Se dijo: “Me pondré en camino adonde está mi padre…” Pero aquél que había abandonado ¿no está en todas partes? Por eso en el Evangelio el Señor nos dice que su padre “echando a correr se le echó al cuello”. Es cierto, porque “de lejos había penetrado sus pensamientos, todas sus sendas le son familiares”. ¿Cuáles, sino los malos caminos que había seguido para abandonar a su padre, como si pudiera esconderse a su mirada que le llamaba, o como si la miseria abrumadora que le hizo llegar hasta guardar puercos no fuera ya el castigo que su padre le impuso en su alejamiento con el fin de recibirlo a su regreso?...
Dios castiga severamente nuestras pasiones, donde sea que vayamos, por mucho que nos alejemos de él. Así pues, como a un fugitivo a quien se detiene, el hijo dice: “Distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”. Mis sendas, por largas que sean, no han podido alejarme de tu mirada. Había andado mucho, pero tú estabas allí donde llegué. Incluso antes de que entrara, incluso antes de que empezara a caminar, tú conociste mi senda por adelantado. Y permitiste que siguiera mis caminos con dolor para que, si no quería sufrir más, hiciera mi camino de regreso a ti… Confieso mi culpa ante ti: he seguido mi propio camino, me alejé de ti; te abandoné siendo así que contigo estaba bien; y, si ha sido doloroso para mí el haber estado sin ti, ha sido para mi bien. Porque si me hubiera encontrado bien sin ti, posiblemente no hubiera querido regresar a ti.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Homilías sobre los salmos, Sl 138, 5-6; CCL 40, 1992-1993
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