Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
RESONAR DE LA PALABRA
Carlos Latorre, cmf
¡Buenos días, amigos!
El tema que la Palabra de Dios nos propone hoy lo ha expresado con toda claridad el Papa Francisco en múltiples ocasiones: “La esencia del cristianismo es reconocerse necesitado de la misericordia de nuestro Padre Dios”. Sólo así conseguimos vivir de verdad nuestra fe como creyentes.
El amor y el perdón de Dios son la gran novedad que proclama el salmo de hoy. Es bueno orar con él cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas. Necesitamos de la bondad de un Dios Padre que nos abraza y nos perdona absolutamente todo, siempre, sin cansarse.
A veces nos hacemos la pregunta: ¿Qué tengo que hacer para merecer el perdón de Dios? ¿Cómo estaré seguro de que Dios me ha perdonado? ¿Es suficiente con confesarse?
Para responder a esas preguntas Jesús dijo la parábola que leemos hoy.
Algunos, teniéndose por justos, santos y limpios, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Cumplían a cabalidad una serie de normas y preceptos y por eso se sentían con todo el derecho de presentar en su oración una especie de «cobro» a Dios.
Jesús desenmascara esta actitud y abiertamente declara perdonado al hombre que delante de Dios se siente pecador, necesitado del amor y de la compasión divina. Mientras que el otro, el fariseo, no logra el perdón, porque cree que no la necesita y por tanto, no lo pide.
Si uno pide con fe, el Señor siempre nos escucha:
“El único sobreviviente de un naufragio fue visto sobre una pequeña isla. Estaba orando fervientemente y pidiendo a Dios que lo rescatara, y todos los días revisaba el horizonte buscando ayuda, pero ésta nunca llegaba.
Aburrido y para pasar el rato empezó a construir una pequeña cabaña para protegerse y proteger sus pocas pertenencias. Un día, después de andar buscando comida por el interior de la isla, regresó y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el cielo...Todo lo poco que tenía se había perdido. Desesperado, cayó de rodillas en la playa y le gritó a Dios:
-“Dios mío, ¿cómo pudiste hacerme esto?
Y se quedó dormido por la tristeza sobre la arena.
Temprano, a la mañana siguiente, escuchó asombrado la sirena de un barco que se acercaba a la isla. Al principio creyó que se trataba de un sueño. Pero ante el repetido sonar de la sirena, se convenció de que era verdad: ¡¡¡venían a rescatarlo!!!
Una pequeña lancha se acercó hasta la orilla y unos marineros lo invitaron a subir.
El pobre náufrago sólo acertó a preguntar:
-Pero, señores, ¿cómo supieron que yo estaba aquí perdido?
-Vimos las señales de humo que nos hiciste, respondieron ellos.
Nuestro Padre Dios siempre está a nuestro favor y hasta las cosas más difíciles se pueden convertir en una bendición”.
Tu hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Publicado por Ciudad Redonda
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