Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
RESONAR DE LA PALABRA
Pedro Belderrain, cmf
Queridos hermanos y hermanas,
Una frase bastante repetida recuerda que cuando entramos en la iglesia los discípulos de Jesús nos quitamos el sombrero, la boina, la gorra, pero no la cabeza. Una cosa es descubrirnos para reconocer la grandeza del Señor y la especial dignidad del templo y otra prescindir de los dones de inteligencia, reflexión y formación que el Padre nos ha dado. Como tantísimos hermanos nuestros han mostrado desde el siglo I al XXI (Benedicto XVI es una muestra excepcional de ello) creer no implica renunciar a pensar, a conocer, a discurrir, a preguntar, sino todo lo contrario.
Es una pena que miles, por no decir millones de cristianos, desconozcan el sentido de la Cuaresma, la inmensa riqueza con que ha acompañado durante siglos el caminar de quienes nos han transmitido la fe: la peculiaridad de la liturgia, el sentido de los tiempos, el valor de los signos. Quienes sí han profundizado en ellos nos ayudan. Iniciamos la cuarta semana de este tiempo, seguimos ascendiendo hacia la Pascua. Junto a las lecturas dominicales de la Eucaristía -tan magistralmente escalonadas-, los textos litúrgicos (prefacios, oraciones, antífonas…) y tantos otros recursos, la Iglesia nos ofrece también la ayuda de las lecturas bíblicas de cada día, y a partir de hoy de una lectura reposada del evangelio según san Juan que nos va acompañar hasta bien avanzada la Pascua. Tras varias semanas de contemplación de los Sinópticos intensificamos nuestra preparación ayudados por la experiencia creyente de la comunidad de Juan.
Y hoy se nos invita a volver a Caná, al lugar en el que Jesús había hecho el primero de sus signos. Podemos imaginarnos la escena, que recuerda otras vividas en torno a Jesús. Algunos elementos nos suenan de situaciones parecidas: una profunda y urgente necesidad, una petición, una inicial resistencia por parte de Jesús... Nos podemos fijar en muchas cosas. Les propongo una. Jesús no necesita moverse; Jesús no necesita ver al niño; Jesús no necesita ir a Cafarnaúm. Su afirmación es tajante: “Regresa tranquilo, tu hijo está curado”. Y el evangelista que levantó acta de que Andrés y su compañero se quedaron con Jesús a la hora décima nos dice que la curación acontece a la misma hora en que Jesús la anuncia. ¿Ante qué tipo de persona nos encontramos?
Comentario publicado por Ciudad Redonda
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