Es cierto que nadie merece el amor divino (Romanos 3, 10; Salmo 53, 1). Tampoco se trata de que nos ganemos el amor de Dios por nuestras obras o lo que hayamos llegado a ser, porque él siempre nos ha amado, incluso cuando ni siquiera buscábamos su amor. El amor a Dios no es la observancia de un estilo particular de vida, ni un código de moral o normas religiosas; pero se manifiesta claramente cuando aceptamos el amor de Dios y luego somos fieles a Dios y bondadosas con el prójimo.
En realidad, “cualquier forma de vida que fomente un amor más sincero a Dios y al prójimo, porque Dios así lo quiere, es en esa medida más aceptable al Señor, cualquiera sea su costumbre o apariencia externa. Porque el amor debe motivar toda acción y omisión, todo cambio o continuidad” (Beato Abad Isaac de Stella, Sermón 31).
Así es como debe ser el amor a Dios y al prójimo: libre, sin límites ni motivado por razones egoístas ni por costumbres personales, sino profundamente sincero. Jamás podríamos lograrlo por nuestras propias fuerzas. Amamos en la medida en que llegamos a conocer el amor inquebrantable de Dios. El amor de nuestro Padre se nos presenta en los salmos: “Te he quitado la carga de los hombros… En tu angustia me llamaste, y te salvé… Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de la tierra de Egipto” (Salmo 81). En realidad nuestro deber es amar a Dios y al prójimo; pero sólo es posible hacerlo viviendo en comunión con la majestad divina.
En realidad, “cualquier forma de vida que fomente un amor más sincero a Dios y al prójimo, porque Dios así lo quiere, es en esa medida más aceptable al Señor, cualquiera sea su costumbre o apariencia externa. Porque el amor debe motivar toda acción y omisión, todo cambio o continuidad” (Beato Abad Isaac de Stella, Sermón 31).
Así es como debe ser el amor a Dios y al prójimo: libre, sin límites ni motivado por razones egoístas ni por costumbres personales, sino profundamente sincero. Jamás podríamos lograrlo por nuestras propias fuerzas. Amamos en la medida en que llegamos a conocer el amor inquebrantable de Dios. El amor de nuestro Padre se nos presenta en los salmos: “Te he quitado la carga de los hombros… En tu angustia me llamaste, y te salvé… Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de la tierra de Egipto” (Salmo 81). En realidad nuestro deber es amar a Dios y al prójimo; pero sólo es posible hacerlo viviendo en comunión con la majestad divina.
“Señor, Dios nuestro, que nos amaste primero, libremente y sin merecerlo nosotros, y que nos invitas a responder a ese amor amándote a ti y a los demás, profundiza, te rogamos, tu amor en nuestro corazón para que sepamos amar como tú amas.”
2 Timoteo 2, 8-15
Salmo 25(24), 4-5. 8-10. 14
Salmo 25(24), 4-5. 8-10. 14
fuente Devocionario Católico La Palabra nosotros
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