Sin duda muchos de los oyentes de Jesús se sintieron molestos por lo que escuchaban, especialmente los que se jactaban de ser capaces de cumplir la ley de Dios y se sentían superiores a los que consideraban pecadores, incrédulos o paganos.
Pero ahora el Señor les ponía una nueva dificultad: es preciso purificar también los pensamientos íntimos y no caer en pecado dejándose llevar por ideas impuras.
Es importante entender que la ley de Moisés no tenía el propósito de justificarnos ante Dios, sino más bien de hacernos ver la absoluta necesidad de redención que todos tenemos. Actualmente, como también sucedía en los tiempos de Cristo, mucha gente considera que los Diez Mandamientos se parecen un poco a las leyes tributarias: hay que cumplirlas para no incurrir en multa, pero tratando de pagar lo menos posible. Es obvio que peor es cometer adulterio que sólo imaginarlo, pero a Jesús le interesa la pureza del corazón y de las motivaciones internas, no sólo las acciones externas.
En su enseñanza, el Señor explicó que Dios tiene el profundo deseo de ayudarnos a cambiar las actitudes interiores, para sanarnos de los nefastos efectos del pecado y llenarnos de su paz y su fortaleza. Esta es una de las razones por las cuales vino Jesús, para que se cumpliese la profecía: “Pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo… y haré que cumplan mis leyes y decretos” (Ezequiel 36, 25-27).
¡Qué hermosa es la promesa del Evangelio! Podemos aprender a amar de la misma manera como lo hace Jesús. En el amor de Cristo no hay egoísmo, que es la base de las apetencias desordenadas. El hecho de imitar la pureza del Señor nos ayuda a entender mejor cómo es el amor de Cristo a su esposa, la Iglesia, y cuál es la naturaleza de su amor. El Señor, con un gozo inefable, está empeñado en llevarnos a una estrecha comunión consigo para que tengamos parte en la vida misma de la Santísima Trinidad y día tras día procura llenarnos de un amor puro y profundo y de una reverencia más intensa por toda la creación de Dios, especialmente la santidad de la vida humana en todas sus etapas.
“Padre eterno, gracias infinitas por el nuevo corazón que me diste en el Bautismo. Si peco, ayúdame a buscar tu perdón rápidamente mediante la confesión y libera al mundo del deseo desordenado de placer, riquezas y poder.”1 Reyes 19, 9. 11-16
Salmo 27(26), 7-9. 13-14
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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