Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
RESONAR DE LA PALABRA
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:
La continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo es más sólida que lo que a veces pensamos. A la pregunta de un ilustrado, Jesús responde citando lisa y llanamente un texto del AT; él mismo dirá que no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a llevarlos a plenitud (Mt 5,17). Jesús no predicó a Israel un Dios nuevo ni una religión diferente, sino la fidelidad a la Alianza de siempre. Él se insertó plena y creativamente en el Pueblo de la Alianza.
A primera vista, hablar de monoteísmo a cristianos sabe a poco; no corremos riesgos de caer en el politeísmo de religiones o mitologías antiguas. Pero sabemos que en nuestras vidas pueden infiltrarse otro tipo de politeísmos; pueden aparecer “diosecillos” que pretenden enseñorearse de nosotros tanto o más que el Dios cuyo único señorío confesamos. A este respecto, podríamos preguntarnos qué es lo que ocupa más frecuentemente nuestros pensamientos y nuestro corazón, cuál es el objeto de nuestras preocupaciones, o qué nos apasiona habitualmente. ¿No es cierto que el propio prestigio, o la propia apariencia, nos quitan a veces el sueño más que la causa de Dios y de la humanidad? ¿Cuál es la motivación principal de nuestro trabajo o actuaciones? En Alemania se hablaba mucho hace unos años de la Profilneurose (preocupación enfermiza por la propia imagen). Y Jesús ya nos ponía en guardia frente a otra desviación: “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). Reconociendo la verdad de tal aforismo, oímos a veces como chascarrillo: “entre Dios y el dinero lo segundo es lo primero”.
La preocupación económica, sin embargo, podría justificarse en muchos casos desde la obligada atención a la propia familia. Pero, ¿qué decir de las horas entregadas a lo intranscendente y baladí? ¿Cómo compatibilizar preocupaciones auténticamente humanas o religiosas con la atención permanente a la liga de fútbol? ¿Habría prestado Jesús, o los profetas de Israel, alguna atención a las olimpíadas griegas? ¿Cómo explicar la gran audiencia de programas televisivos zafios, frívolos y a veces deshumanizadores?
La propuesta de Jesús, basada en el texto del AT, es altamente humanizadora, más aún, divinizadora: el hombre es llamado a la categoría de amigo de Dios. No se habla aquí de sumisión, mucho menos de “opresión”, sino de elevación por el amor, de relacionarnos con Dios mediante la mente y el corazón, de una pertenencia afectiva. El ser humano queda dignificado por su plena pertenencia a Dios, que le quiere “entero” para sí: Dios desea ser Dios de “todo nuestro ser”; nosotros suyos y él nuestro: “el Señor tu Dios”.
Es, por otra parte, digno de notarse que la respuesta de Jesús va más allá de lo preguntado. El escriba quería saber sobre el primer mandamiento y Jesús le habla del primero y del segundo. Con ello le da a entender que no sabe separarlos, que no se puede tener una relación cordial con Dios sin tenerla también cordial con sus hijos. Sería como apreciar a Dios y despreciar su imagen. El amor a Dios recibe así forma concreta.
Tu hermano
Severiano Blanco cmf
comentario publicado por Ciudad Redonda
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