Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
El “qué dirán” es uno de los grandes motores de las relaciones humanas. Hay que reconocerlo. Todos pertenecemos a un grupo social, a varios: la familia, los vecinos, la comunidad, la nación. Y todos queremos estar a bien con ellos. Para eso es muy importante el asumir lo que es normal en el grupo, hacer lo que hacen todos, pensar lo que piensan todos. De esa manera, nos sentimos integrados y protegidos.
De ahí a entrar en una especie de concurso en que medimos nuestra propia valoración y bienestar por lo que dicen y piensan los demás de nosotros no va más que un paso. Dejamos de ser nosotros mismos, de pensar por nosotros mismos. Renunciamos a ser lo que somos para llevar todo el día la máscara que nos hace aparecer y ser y comportarnos y hablar y pensar como los demás esperan que aparezcamos, seamos, nos comportemos y hablemos. Eso supone vivir en una real falsedad. Ya no somos nosotros mismos. Vivimos en paz, acogidos, pero a costa de vivir en la mentira.
Jesús nos invita a vivir de otra manera. Jesús nos llama a crecer como personas, a ser maduros, adultos, libres, responsables de nuestros propios actos. Si hacemos algo, no es porque los demás esperan que lo hagamos sino porque creemos que debemos hacerlo.
Si rezamos, si damos limosna, su ayunamos, que no sea porque nos vean. Lo que buscamos no es la fama, que nos aplaudan, que digan lo buenos que somos. Lo que buscamos es ser fieles a nosotros mismos. Lo que hacemos lo hacemos porque creemos que debemos hacerlo. Ahí en el santuario de nuestra propia conciencia es donde debemos tomar nuestras decisiones. Más allá de lo que piensen o no los demás. Y actuar en consecuencia. Aunque eso suponga salirse del grupo o hacer lo que nadie espera que hagamos.
Si Jesús se hubiese preocupado de lo que podían decir los demás –sus familiares, los de su pueblo, etc.– no habría hecho nada de lo que hizo. Pero él quiso ser fiel a su misión. Quiso comunicar a los demás su propia experiencia de un Dios de Amor y de Libertad, de un Padre que amaba a sus hijos e hijas hasta dar la vida por ellos. Así vivió y así murió. Si queremos seguirle, menos pensar en el “qué dirán” y más hacer lo que tenemos que hacer y ser fieles a nosotros mismos.
Comentario publicado por Ciudad Redonda
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