jueves, 18 de agosto de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 180816

Evangelio según San Mateo 22,1-14. 
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos. 

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf

      La parábola del Evangelio de hoy es ya conocida. El rey que organiza la boda de su hijo. Los convidados que no quieren ir con las excusas más pintorescas. Y la búsqueda del rey de nuevos invitados. Todo en medio de un cierto ambiente de violencia. Porque la reacción del rey contra sus invitados primeros fue realmente fuerte. Se dice que el rey “montó en cólera”. Y las consecuencias fueron terribles. 

      Pero hay algo que llama la atención, que constituye la “punta” de la parábola. Es la parte final de la parábola. Ya está lleno el banquete. Han venido los nuevos convidados. No se les había avisado con antelación. Ha sido una invitación general, a “malos y buenos”, dice expresamente el Evangelio. No parece que hayan tenido mucho tiempo para preparase. Pero nuestro rey se extraña porque encuentra que uno de esos nuevos invitados ha entrado en la sala del banquete sin llevar un traje decente, sin “vestirse de fiesta.” Y de nuevo el rey tiene una reacción desmedida. Lo echa del banquete y, atado de pies y manos, lo condena a las tinieblas. ¿No es extraña esta reacción del rey? Tanto hablar del Dios que acoge a todos y luego parece que el rey (¿no representa el rey al mismo Dios Padre?) excluye a uno de sus invitados de última hora apenas porque no lleva el traje de fiesta.

      Hay que tener presente que las parábolas no eran alegorías sino precisamente parábolas. En las parábolas no importa cada uno de los detalles. Como decía un gran estudioso de las parábolas, el biblista Joachim Jeremías, las parábolas pretenden transmitir una sola idea. Desde esta perspectiva, diríamos que Jesús recoge una narración que posiblemente era una historia ya popular entre la gente. Pero le añade ese final tan llamativo. A la fiesta del reino hay que ir de fiesta. No vale entrar de cualquier manera. Es la fiesta de la fraternidad, de la alegría, del gozo. El reino es la fiesta de las fiestas. Es la fiesta de la vida. El traje de fiesta que no lleva el invitado no se refiere sólo al vestido. Ir de fiesta es toda una actitud. 

      Valiéndose de una historia popular, Jesús nos recuerda que el reino ya está cerca. Por el reino vale la pena dejarlo todo. El reino es más importante que “las tierras y los negocios” que prefieren los primeros invitados. El reino es la vida misma y eso significa gozo y disfrute en fraternidad. El reino implica poner el corazón en clave de fiesta. 

      De alguna manera, podríamos decir que no es el rey el que condena a las tinieblas a los primeros invitados, los que rechazan ir al banquete, y al invitado que está sin traje de fiesta. Son ellos mismos los que se condenan a las tinieblas, los que se excluyen de la fiesta de la vida, los que eligen quedarse fuera lejos de las luces y de la alegría de la boda. 

      Ser cristiano se debe caracterizar por la alegría. Estamos invitados al banquete del reino. Estamos ya celebrando. No hay lugar para caras tristes sino para el gozo y la alegría en fraternidad. Dios mismo es el que nos da esos trajes nuevos de fiesta. Leamos de nuevo, desde esta perspectiva, la primera lectura. Y alabemos y demos gracias.

fuente CIUDAD REDONDA

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