jueves, 18 de agosto de 2016

COMPRENDIENDO LA PALABRA 180816

Santiago de Saroug (c. 449-521), monje y obispo sirio
Homilía sobre el velo de Moisés
“El Reino de los cielos se compara a un rey que celebra la boda de su hijo”

        En este designio misterioso, el Padre había preparado una Esposa para su Hijo único y se la presentó bajo la imagen de profecía... Moisés escribió en su libro que "el hombre dejaría a su padre y a su madre para unirse a su mujer de modo que los dos serían una sola carne" (Gn 2,24). El profeta Moisés nos habló en estos términos del hombre y de la mujer para anunciar a Cristo y a su Iglesia. Con ojos penetrantes de profeta, contempló a Cristo que se hacía uno con la Iglesia gracias al misterio del agua: vio a Cristo atraer a la Iglesia desde su pecho virginal, y la Iglesia atraer a Cristo por el agua del bautismo.

        El Esposo y la Esposa se han unido totalmente de forma mística; he aquí porqué Moisés, con la cara velada (Ex 34,33), contempló a Cristo y a la Iglesia; llamó a uno "hombre" y a la otra "mujer", para evitar mostrar a los hebreos la realidad en toda su claridad... El velo todavía debía cubrir este misterio por un tiempo; nadie conocía el significado de esta gran imagen, ignoraban lo que representaba.

        Después de la celebración de las bodas, vino Pablo. Vio el velo extendido con todo su esplendor, y lo levantó para revelar a Cristo y a su Esposa al mundo entero. Mostró que eran ellos a los que Moisés había descrito en su visión profética. Exultando de alegría divina, el apóstol proclamó: "es este un gran misterio" (Ef. 5,32). Reveló lo que representaba esta imagen velada, a la que el profeta llamó hombre y mujer: "Lo sé, dice, es Cristo y su Iglesia que no son dos, sino una sola carne" (Ef. 5,31).

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