Nuestra Señora de la Merced
Pero ellos no entendieron. (Lucas 9, 45)
¿Qué pasaría si la medicina moderna fuese capaz de eliminar todo el dolor y el sufrimiento que causan las enfermedades de todo tipo? Por supuesto sería motivo de gran alegría en la población; sin embargo, sabemos, por la fe, que esto no saciaría el hambre espiritual del ser humano. Sólo la cruz de Cristo es capaz de satisfacer el anhelo de Dios que todos llevamos en el corazón.
En cierto modo, San Lucas lo expresa contrastando un milagro con la segunda vez que Jesús predijo su pasión. Cuando el Señor expulsó al demonio del muchacho (v. Lucas 9, 38-42) Lucas añadió: “Como todos comentaban, admirados, los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos: ‘Presten mucha atención a lo que les voy a decir: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres’.”
Una vez más, Jesús reveló la realidad fundamental de su misión: la cruz es el camino de la salvación y la vida eterna. El discipulado, la unión con Dios, la plenitud de vida, todas estas cosas vienen, no como resultado de milagros o enseñanzas, sino de la obediencia al llamamiento de Jesús: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga” (9, 23).
Por su fe, los discípulos “se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes” (Lucas 9, 6). Ese fue el fruto de su vocación, pero no su esencia. Llegar al discipulado completo significa dejar que la cruz de Cristo nos separe del pecado y forme cada día más en nosotros la imagen del Hijo de Dios.
Esta fue la segunda vez que Jesús anunciaba su pasión a los discípulos, pero nuevamente “ellos no entendieron.” Por último, tuvieron que experimentar la resurrección de Cristo para llegar a comprender la importancia de la cruz. Lo mismo nos sucede a nosotros. Sólo por el poder del Espíritu Santo podemos experimentar la gran libertad y la esperanza que emanan de la cruz de Cristo cuando la cargamos y ella da muerte al pecado en nosotros.
“Espíritu Santo, Señor, abre mi mente y mi corazón para recibir el poder que fluye de la muerte y la resurrección de Jesús, para rechazar el pecado en mi vida, renovar mi entrega y ser un buen discípulo de Cristo.”Eclesiastés 11, 9—12, 8
Salmo 90(89), 3-6. 12-14. 17
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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